domingo, 13 de septiembre de 2020

Infiernos y Diablos de los Alpes

Parece que la semana de barrancos en Europa al final del verano puede convertirse en una tradición: dos años seguidos y ya lanzábamos ideas para 2021 en el viaje de vuelta. Y eso que este año un tal coronabicho ha estado a punto de dejarnos en casa; sólo el día antes pudimos confirmar el viaje.

Esteban y Javi L. estaban rotos, así que esta vez somos tres: Ángel, Alberto y yo. Más sitio en la furgoneta para una nueva integrante...

Los objetivos de este año no estaban tan claros como en el Ticino. La única guía que tenemos que engloba todos los Alpes franceses es Descente-Canyon. Alberto tiene un libro de barrancos en torno a Grenoble, otro de los de Vercors, Chartreuse y Bauges, otro con una selección de los mejores descensos de Europa, y yo tengo uno de Alpes Marítimos. En mente llevábamos Oules de Freissinières, Oulles du Diable o La Meije, que forman la trilogía de Ecrins. Lanchatra o Etages quedaban prácticamente descartados ya de partida, por exceso de caudal. El fin de semana anterior a nuestro viaje, lluvias y tormentas. Buscando un poquito por pluviómetros de la zona, veo que han caído 100 l/m2 en varios de ellos. Freissinières se pone en carga, con más de 7 agujeros en su escala. El sábado de nuestra llegada anuncian bueno, pero el domingo parece que se va degradando, con una bolsa fría que se instala en el Mediterráneo, y amenaza con tormentas para toda la zona sur, desde Ecrins al mar... ¿Qué podemos hacer?

Con esa previsión meteorológica y lo reciente de la tormenta que se llevó a cuatro compañeros en Suiza, decidimos pecar de prudentes. Con el buen tiempo asegurado sólo para el fin de semana, fijamos Oulles du Diable para el domingo, el único de los "serios" que parece abordable. El sábado, con el cansancio del viaje, elegimos algo menos comprometido que nos quede más o menos de camino, tirando de Descente-Canyon: Ravin des Enfers. Y ante la previsión de lluvias en el sur, buscamos una casa en la zona de Grenoble, para poder atacar Vercors, Chartreuse, parte de Saboya o incluso la zona norte de Ecrins.

Localización de los 12 descensos. Google Earth.

Sábado 5: Ravin des Enfers (04)

Realmente el sábado empieza el viernes por la tarde. Ángel arranca desde Ávila, recoge a Alberto en Madrid y quedan conmigo en Ariza. Y ante el espacio disponible en la furgoneta, allí me presento yo con todo el arsenal: comida, hierros, maleta, saco de dormir, tienda de campaña y... mi bici.

Lo habíamos comentado en el Ticino. Por sistema, dejábamos la furgoneta lo más arriba posible, y al terminar el descenso ya nos las ingeniaríamos para ir a buscarla. En muchas ocasiones, basta con hacer unos km por carretera, generalmente hacia arriba. ¿No sería mucho más rápido y fácil hacerlo en bici y no andando? Y estuvimos cerca de alquilar una, aunque las lesiones hicieron que casi siempre hubiese alguien para sacrificarse y bajar la furgo.

Así que decidimos dejar la tienda y cargar la bici. Una bici de montaña magnífica, último modelo (de 1997), con 21 velocidades y cuadro de Cr-Mo, inmediatamente criticada por Alberto, cuyo fino culo no puede ir montado en una bici que cueste menos de 5000 €...

Alberto y mi bici conociéndose.

Componemos la furgo y seguimos viaje. Como siempre: AP-2 hasta Fraga, A-2 hasta Cervera, C-25 y vuelta a la AP-2 en Fornells hasta la frontera. A-9 hasta Nîmes, donde cortamos por la A-54 hasta la A-8, que seguimos hasta Aix-en-Provence. Y desde ahí subimos por la A-51 hasta que se acaba. La carretera se va revirando mientras remontamos el valle de la Durance y luego nos metemos al de Ubaye. Poco después de que la carretera se separe en dos calzadas, dejamos la bici en el curioso cruce de Champanastais. Tras otros 4,5 km por la carretera, tomamos una pista asfaltada estrecha en un cruce de casi 180º. A Alberto le toca esta primera ascensión con la bici y no hace más que soltarnos improperios al ver las cuestas que le esperan. ¡Y osa quejarse de que la bici no tiene desarrollo! Ángel y yo nos reímos, la verdad es que le espera un puerto digno del Tour.

Aproximación. En el centro, la pradera donde se aparca. El descenso termina en el fondo del valle.

La furgo se deja en Clots, donde prácticamente muere la pista, en un prado en que unos paneles indican el inicio del sendero hacia la Cabeza de Luis XVI (que, como todos sabemos, fue guillotinado el 21 de enero de 1793). El sendero está muy bien marcado. Tras ascender fuertemente para superar unos cortados rocosos, se mete en zona de bosque. Lo abandonamos al abrirse el primer prado, en una curva marcada a derechas. Seguimos manteniendo altura por la parte inferior del prado y nos volvemos a meter en el bosque por una senda mucho más desdibujada. Bajamos un poco para buscar pasar cerca de una casa y la senda se dirige recta hacia el norte. A unos 130 m desde la casa, a la altura de una pequeñísima cresta o divisoria, casi imperceptible, aparece otra senda muy poco marcada que desciende. Ya basta con seguirla, con sus innumerables horquillas, en un descenso de casi 200 m de desnivel, directa hasta el cauce.

Nos encontramos con un caudal flojete de agua fresquita. Hace sol, así que la mezcla es agradable. Por delante, rápeles, destrepes, rápeles, algún rápel más y entre medias, más rápeles. Algunas zonas encajadas, algunos rápeles interesantes. Saltos y toboganes, ni uno. Entre rápel y rápel, trocitos de andar. La compenetración es buena, incluso nos permitimos el lujo de instalar dos rápeles con la misma cuerda, por fardar. Y Alberto se pica e intenta encadenar rápeles de dos en dos aunque no le llegue la cuerda. Eso sí, siempre buscando el agua, que aquí no sobra.

Primeros rápeles.

Las instalaciones son correctas, a veces excesivas. Algún roce nos incita a utilizar las fundas, que para eso están, y algunos rápeles piden pasamanos de aproximación, que en general montamos. Se nota que hay instalación para hacer el descenso con bastante más agua, una tónica que se repetiría en casi todos los barrancos del viaje.

Buscando agua.

Uno de los rápeles largos.

La ladera del otro lado del valle se va acercando poco a poco. Cerca del final, Alberto me dice que llevamos instalados ¡45 rápeles! La verdad es que no me han parecido tantos, aunque es cierto que hemos encadenado algunos y, sin correr, hemos ido ligeros. En poco menos de 4 horas alcanzamos el río, que no resulta tan fácil de cruzar como nos pensábamos; no cubre pero lleva corriente.

Con el solete da gusto. Cerca ya del final.

Cruzamos la carretera y ahí está mi querida bici, atada a un poste. Ahora empieza la paliza para Alberto, que se las da de biciclista. Tiene que remontar 8,5 km, con unos 450 m de desnivel. Ángel y yo extendemos el material para que se seque y nos tumbamos en la hierba a ver pasar la tarde.

Media hora larga después, nos levantamos para mover un poco las cosas y Ángel encuentra la llave de la furgo. ¡El cafre se la ha dejado aquí! ¿Cuánto tardará en darse cuenta? No me queda otra que arrancar el camino a pata. Justo cuando doy el primer paso, aparece el melón ¡riñéndonos porque no le hemos dado la llave! A empezar la espera de nuevo, pero esta vez tumbados sobre el asfalto caliente, que empieza a refrescar.

Hora y media después aparece la furgo, recogemos y a Gap, donde pasamos la noche en un hotel F1, a 38€ la habitación, con baño y ducha compartidos.

Domingo 6: Oulles du Diable (05)

Una horita larga nos separa de La Chapelle-en-Valgaudémar. Hoy toca uno de los platos fuertes. Al llegar, vamos de cabeza a ver el caudal desde el puente. Se suponía que estaba alto, pero la cantidad de agua que vemos nos pone caritas de póker. Justo aparca otro grupo de barranquistas franceses y les preguntamos cómo va. Amablemente nos dicen que alto, pero que se puede hacer sin problemas. Así que al lío. Esta vez dejamos la bici en el coche, ya que la subida será menos de media hora.

El grupo de franceses está terminando de prepararse y les damos ventaja viendo la primera parte del descenso desde las sendas que discurren por ambas márgenes. Ahí hay mucha agua. Creo que nunca me he metido en un sitio con tanta agua para su estrechez. Parece que va a tocar pelear. Y entonces nos fijamos que el grupo parece formado por dos guías y cuatro ¿clientes? ¿Este barranco lo explotan las empresas? Eso sí nos hace alucinar.

Hoy llevo una chaqueta de kayak de Esteban y una camiseta térmica bajo el neopreno. Se supone que nos las vamos a ver con aguas glaciares. Lo de la chaqueta me resulta agobiante desde el inicio. Eso oprime el cuello cosa mala.

Empezamos el descenso en un pasillo que recorremos sin problemas hasta el primer rápel. En efecto, el agua empuja fuerte, pero se progresa sin mayor dificultad. Primer rápel: bajo el primero y sobra cuerda. Aunque no cubre, el remolino es fuerte y cuesta quedarse quieto para sacar el exceso de cuerda. Hoy ya no vale lo de instalar a lo loco, como ayer. ¡Las recepciones son agitadas!

El primer rapelillo ya es peleón.

Las paredes crecen, el barranco es precioso. ¡Y el estruendo del agua también crece!

Rápel sin problemas, con recepción fuera del chorro. Pero toca nadar. Y el agua dando vueltas a la marmita. Y yo con ella. A la primera no consigo salir, nado fatal. Llevo más capas que una cebolla y una mochila. A la segunda vuelta pruebo y consigo salir por los pelos. Pero el agobio sigue ahí, tengo que quitarme la chaqueta. Alberto tira de ella y, a punto de arrancarme la cabeza, me saca de la chaqueta. Y se hizo la luz, y el aire, y volvió la sonrisa. Muchas gracias por ella, Esteban, pero no, gracias. Prefiero poder respirar. La chaqueta terminará el descenso en la mochila.

Mis últimos instantes con la chaqueta de kayak.

Seguimos. Resalte de unos 3 ó 4 metros. La marmita de recepción está completamente blanca. Estamos viendo que en general cubre lo suficiente como para que cueste salir de ellas, y no siempre lo suficiente como para saltar a ellas, así que montamos rápel. Alberto baja sin problemas, yo voy segundo, me desequilibro, pierdo pie y me meto de lleno en el chorro, así que suelto cuerda y al agua. Y ahí me caza el rebufo. En la primera vuelta, toco pie. No es grave, se puede salir. Y al asomar por segunda vez la cabeza, veo que Alberto me lanza la cuerda de rescate. Pues ya que está, me agarro. Aunque continuamente nos da motivos para reírnos de él, hay que reconocer que de vez en cuando hace algo bien.

No es nata: es agua.

Paso clave del descenso: un pasillo de un par de metros sin instalación, que se pasa en oposición. No tiene gran dificultad hasta que el agua sale desde la pared derecha a chorro contra la pared izquierda. Hay que pasar por ahí. Un salto en plancha parece evidente, pero ¿me capturará el chorro y me estampará contra la izquierda? Así que lo mejor parece intenta saltarlo por encima. Me lanzo y sin problemas. Era más el estruendo que otra cosa.

El paso clave.

Un destrepe sencillo, con salto a una marmita que cubre. Pues salto, pero me he confiado y no llego tan lejos como pensaba. Nado hacia la salida pero me captura la corriente y vuelta a empezar. Segundo intento. Esta vez me quedo aún más lejos. Tercer intento, no funciona. Esto empieza a cansar. Así no lo voy a conseguir. Alberto me ve, salta lejos y sale a la primera. Saca la cuerda y me la tira. Esta vez no sé si habría podido salir sin ayuda...

Seguimos con un rapelillo. Al pie, el agua usa una roca de trampolín y se levanta un metro desde la horizontal. Impresionante la fuerza que tiene. No da ningún problema, menos para Ángel, que decide meterse en ese berenjenal y aparece poco después persiguiendo a su casco, que va nadando delante de él.

Pillamos al grupo de delante, han hecho una parada para comer. Los guías nos indican cómo hacer un pequeño tobogán, ya que la recepción no cubre, y que les adelantemos. Y después, desde una repisa, vemos una marmita subexcavada donde el agua gira en lavadora a gran velocidad. Nos quedamos mirándola, el salto parece limpio y claro, pero tiene que costar horrores salir después. Uno de los guías viene a mirarla a nuestro lado. Nos dice que ellos probablemente entren, pero que montarán una saca ancla y saltarán atados, para luego poder salir. Dudamos si entrar o no, pero decidimos destrepar por fuera. Ya estamos tragando suficiente agua, y no nos sentiríamos cómodos haciéndoles esperar tras habernos indicado y dejarnos adelantar.

La segunda parte no es tan encajada. Los rápeles son algo mayores pero más alejados del agua, y se accede a casi todos por pasamanos. Hay caos de bloques, que le restan un pelo de belleza al descenso. El agua ya no nos da tanta guerra.

Los rápeles finales dan menos guerra.

Cerca ya del final, una cascada en rampa. Ángel baja de pie como si nada, pero a Alberto y a mí, que pesamos un par de gramos menos, nos arrastra el agua, así que optamos por tobogán. Divertido. No siempre vamos a reírnos de Alberto...

Saltito antes de la rampa del Gorgopótamo.

Y se acaba. Una antigua acequia por la izquierda nos devuelve al coche en un minuto. Barrancazo. No sé si es el descenso con más caudal que he hecho, pero sí en el que más me ha tocado luchar con el agua. Nota mental: pedir una cuerda de rescate a los Reyes Magos.

Poco después sale el otro grupo y nos quedamos charlando un rato con uno de los guías. Resulta que los cuatro "turistas" son amigos suyos, pero nos confirma que sí hacen descensos comerciales, aunque sólo con clientes que ya saben cómo se mueven, con los que han hecho otros descensos, y que la tarifa es cara... No me atrevo a preguntarle cuánto. Le preguntamos por otros descensos de la zona: Etages imposible, Lanchatra ni soñarlo, Meije hay que esperar... Les agradecemos sus amables indicaciones y nos vamos, que queda un ratito de carretera. Gente muy simpática, la verdad.

Nuestro siguiente destino es Miribel-les-Echelles, cruzando Grenoble, donde hemos alquilado un Gîte (Casa rural). Tras más de dos horas de coche, llegamos a la casa. Tenemos para nosotros una casa con dos habitaciones, salón-cocina, baño y un montón de barandilla y terraza para tender cosas. Hay también huerto y mucho terreno con hierba. Y unas vistas preciosas del macizo de Chartreuse.

Lunes 7: Gaz + Ecouges I y II (38)

A priori, otro plato fuerte: el descenso mejor valorado de Vercors. Aunque ya sabemos que el caudal no tendrá nada ver con el día anterior. Estamos confiados, así que decidimos alargarlo con el Gaz, un afluente que llega a Ecouges I justo en el primer rápel. Suena bien, para abrir boca.

Dejamos la bici en el aparcamiento de salida de Ecouges II y subimos hacia la cabecera. Justo al cruzar el cauce, se ve la mayor cascada desde la carretera. Tiene buena pinta. Pasamos el túnel y volvemos a asomarnos frente a la desembocadura del Gaz. Apenas un hilillo, lo esperado. A unos 300 m a la izquierda está el aparcamiento de cabecera.

Ya a pie, seguimos por una pista ascendente hasta que cambia de vertiente en una curva cerrada. Por pocos metros, el Gaz no ha sido capturado por el arroyo de la Scie. Seguimos su cauce, con restos de un campamento en el inicio. Nos enfundamos el neopreno cuando nos topamos con una marmita en un pequeño estrechamiento. El cauce va cogiendo desnivel, hasta que aparece el primer rápel escalonado, que sirve para acercarse a la primera de sus dos verticales. Al pie, se prosigue por unas rampas que se pueden bajar andando. Supongo que en caso de estar mojadas sería conveniente instalarlas, ya que en su lateral hay un cortado de varias decenas de metros. La cabecera del penúltimo rápel está ya en la vertical, por lo que hay que acercarse con pasamanos. Un último rápel de unos 10-15 metros nos mete de lleno en Ecouges I.

Último rápel del Gaz, antes de desembocar en Ecouges.

Tras este calentamiento, entramos de lleno en materia. Vemos anclajes por todos lados, se podría hacer el descenso sin tocar el suelo. Los rápeles se encadenan sin descanso y buscamos siempre la instalación que baje por el agua. El encajamiento es magnífico, incluso hay una marmita perforada que con más caudal podría ser peligrosa.

Rápel de entrada a una maravilla.

Cascadas encadenadas.

Sector central, sin descanso.

Varios rápeles requieren instalar pasamanos de aproximación, pero siempre hay al menos dos cabeceras.

Pasamanos de aproximación a la C65.

Enseguida pillamos a un grupo que nos precede. Al vernos rápidos, muy amables, nos dejan adelantarlos por su propia cuerda y pronto llegamos a la cabecera de la última cascada, de 65 metros. La instalamos por la derecha y descendemos en dos tramos. A pesar de ello, hay cierto roce en el descenso, quizás el emplazamiento de la reunión es el más cómodo pero no el idóneo. Nos resguardamos de la corriente de aire de la cascada y comemos unas barritas. Al tramo II.

C65, final del tramo I.

Comenzamos andando y destrepando. El cauce es mucho más abierto, con vegetación; nada que ver con el tramo anterior. Enseguida alcanzamos el primer rápel, arrampado. Una, dos, tres, cuatro y hasta cinco cabeceras contamos, con unos cuantos kilos de cadenas en alguna de ellas, y unos maillones para colgar autobuses. Esto debe de ser una auténtica romería en fines de semana.

El descenso es chulo, no tan encajado ni tan continuo como el superior, pero más lúdico, porque de vez en cuando se puede saltar.

Voladillo.

Cerca del final alcanzamos a un nuevo grupo, que adelantamos en el rápel más estético del descenso. Tiene una especie de cueva tras la cascada, y parece haber instalación para montar una tirolina que atraviese el chorro. Está claro que está superexplotado por empresas.

Alberto huyendo cobardemente del agua.

Sin correr, nos terminamos este tramo en menos de dos horas. Ahora ya sólo queda remontar la empinada senda hasta la bici. Y hoy me toca a mí subir hasta la furgo. Le pregunto al grupo que habíamos adelantado si iban a subir, pero sólo han hecho el inferior. De todas formas, no estoy muy cansado y me apetece comprobar cuánto cuesta subir un puerto, aunque sólo sean 3,5 km al 9%. Tardo mi media horita, pero no echo en falta desarrollo, como se quejaba Alberto... No sé qué pegas le ve a mi maravillosa bici, la verdad.

Martes 8: Groin (01) e Infernet (38)

Seguíamos con las amenazas de tormentas por el sur, así que planteamos algo más serio para el miércoles: Diable, en Oisans. Por eso, decidimos tomarnos el martes, cuarto día de barrancos, más suave. Nos iremos hacia el norte, al Groin, y en función de cómo se dé, haremos algo a mediodía o nos volveremos al Infernet.

Otra hora larga de viaje hasta Artemare. La salida del barranco está en un barrio residencial y la aproximación se hace por sus calles. Esta vez aparcamos abajo, ya que las guías indican 20 minutos de aproximación. Realmente es un poquito más, porque lo hacemos con calma y nos asomamos a los dos puentes sobre el barranco. Bajo el primero, caos de bloques y ¡no hay más que algún charco! Y bajo el segundo, con su cartel de "Gouffre du Diable" (Garganta del Diablo), pues no se ve nada. Es muy encajado y oscuro, esto ya no pinta tan mal.

En algún momento se me ocurre enseñarles a Ángel y Alberto cómo se pronuncia Groin... En francés, la "r" se pronuncia como una especie de "g", y el diptongo "oi" se pronuncia "ua". Por último, la "n" final no es tan fuerte, sino que es un sonido más nasal. Todo junto se dice algo así como "Gguán" ("Gguén" si eres del SO de Francia; fonéticamente: [gʀwɛ̃]). Y eso resulta que significa "hocico", y como suena un poco parecido a un gruñido porcino, podéis imaginaros que nos pasamos el descenso (y el resto de la semana) soltando "Gguáns" a diestro y siniestro...

El descenso empieza al pie de una pequeña presa. El cauce se encaja rápidamente en forma de meandro kárstico. Corre un hilo de agua. Alberto y Ángel deciden meterse por la grieta y yo, viendo que la primera marmita parece amplia y profunda, me salgo a una repisa en la orilla izquierda. Me confirman que cubre y, ¡qué mejor forma de calentar que con un saltito de 8 metros al interior de la grieta! Más que saltito, pasito, porque casi me como la pared de enfrente...


Estamos en el barranco más oscuro que he visto. Traemos frontales pero realmente no hacen falta. El día es soleado y al fondo consigue llegar un poquito de luz. Recorremos el primer tramo nadando muy despacio, haciendo fotos. Las paredes se ensanchan y se estrechan, a veces se juntan y dejan huecos de apenas 20 cm de altura sobre el agua.

¡Gguán!

¡Gguán! ¡Gguán!

Un resalte y la cosa se oscurece aún más. Aunque el meandro a veces se ensancha en salas, no se ve mucho más en ellas. El cauce se subexcava, dándonos un tobogán y un salto, y la oscuridad es incluso mayor. Y de repente, no hay salida. Pared a la izquierda, a la derecha y de frente. Con la oscuridad, hay que buscar el paso casi a tientas... bajo el agua. Un corto sifón nos permite continuar.

¡Gguán!

Un tronco bloquea el paso. Entre las rendijas, veo que el suelo desaparece, la grieta se profundiza y no ve el fondo... ¡Pero si el rápel más grande era de 10 ó 15 metros! Miro con más detenimiento. ¡Estoy viendo el reflejo de las paredes superiores! El agua está tan quieta y la luz es la justa para crear esa ilusión. Pero hay que saltar desde el tronco y romper el espejo.

¡Gguán!

Otro salto en la zona más oscura y la luz va volviendo poco a poco. Tras la última badina, comienza un importante caos de bloques. No tiene nada que envidiar a una gran galería de cueva. Mis compañeros sacan la cuerda ante algún gran bloque pero yo prefiero buscar el hueco bajo ellos. Se oye correr el agua intermitentemente por algún nivel inferior.

Sin dejar los bloques, aparece un techo: estamos en cueva. Tampoco hace falta el frontal: no es tan oscuro como el tramo anterior.

¡Gguán, Gguán... Gguán!

Salimos de la cueva y aparece la vegetación. ¿Se habrá acabado? Vemos un antiguo molino y un camino que sale por la izquierda. Así que salimos pero, ¡oh, sorpresa!, por aquí no es. Así que vuelta al cauce y a los pocos metros vemos una pequeña presa. El cauce se vuelve a encajar y nos encontramos frente a un tobogán en dos tramos. De esto sí nos acordamos: no hay que coger mucha velocidad. Me lanzo primero, con precaución, hasta que la cosa resbala y ya no hay vuelta atrás. Cambio brusco de pendiente y ¡al agua! Muy divertido, la verdad. Alberto me imita, resulta cómico verlo desde fuera. Ángel prefiere saltar.

Un salto final y terminamos el descenso con un destrepe. Al final no he usado la cuerda. Ellos sí, jejeje. Salimos un poco a lo jabalí hasta el coche, ya que no atinamos con una senda clara. Discreción al cambiarnos, y a la carretera.

Hora y media larga nos separa del Infernet, en Quaix-en-Chartreuse. Esta vez no hay opción de combinar coches. La aproximación es evidente: la pista se transforma en senda amplia, la senda amplia en senda estrecha y al final hay pasamanos instalados de árbol en árbol hasta el cauce.

Casi ya disfrazados, aparecen tres franceses y nos preguntan si lo conocemos. Al responder que no, nos dicen más o menos que vamos a flipar. ¡A ver si es verdad...!

Empezamos con un pequeño saltito y la cosa se encaja enseguida. Un pasamanos nos deja en la cabecera de un rápel fabuloso, que te mete junto a la cascada en una sala profunda y oscura. También recomiendan frontal, pero no hace falta. Eso sí, la luz no sobra.

Rápel de entrada al infierno... o al paraíso.

Los franceses no exageraban.

Tras salir nadando de la gran poza de recepción, estamos en un pasillo de paredes altísimas, tipo Gloces. Los demás resaltes son menores, y sólo sacamos la cuerda en uno o dos de ellos, lo demás es saltable. Vamos despacio haciendo fotos, y aún así se nos hace demasiado corto. Un gran "Ooooohhh" se nos escapa al ver de nuevo el bosque y la luz del Sol.

Ojalá fuese un poco más largo.

El retorno es corto, pero es lo que le da el nombre al barranco: un infiernito. Una subida con una pendiente del 7000%, hasta el punto donde la senda se une a la de aproximación. Y aquí nos ponemos a comer moras. Y, cómo no, alguien va y dice "No hay huevos". Ante esa exhortación, le damos nuestros cacharros no imprescindibles a Ángel, que parece mostrar algo más de madurez (o cansancio...), y Alberto y yo nos bajamos a repetirlo, esta vez disfrutando, sin pensar en grabar, ni en fotos. Sólo barranquear. Y nos lo hacemos en 20 minutos.

Miércoles 9: Diable (38)

Hoy madrugamos. Hay amenaza de algo de lluvia, y la cuenca de recepción del Diable empieza a ¡3800 m! Estamos un poco más serios que ayer, nos vamos a enfrentar a un descenso a priori relativamente caudaloso y relativamente largo. No es un Oulles du Diable ni un Ravin des Enfers, pero tiene algo de ambos.

Tras dos horas de viaje, dejamos la bici en la curva antes de la central que le quita hasta 1 m3/s al Diable y subimos hacia cabecera. Hoy le toca a Alberto, y volvemos a reírnos al recorrer las rampas que le esperan...

Nos disfrazamos y al río. Lo cruzamos por un puentecillo, unos metros aguas abajo de su inicio. Hace buena pinta, de agua fría, no demasiada.. ¡Al lío, no sea que llueva!

Entramos directamente en materia, y enseguida empieza a encantarnos el descenso. El agua empuja un poco pero se puede hacer todo por el chorro. ¡Anda, un abalakov! Los rápeles se encadenan casi sin descanso, con tramos cortos de andar. Mmmmm, ¿qué hará ahí ese abalakov? Hay cascadas de todas las formas y tamaños, en rampa, con un poco de volado, escalonadas, cruzando el chorro, con abalakovs...

El agua empuja, pero no dificulta.

Encadenando con pocos tramos de tregua.

Vamos ligeros, pero no llevamos una gran sonrisa. El día está nublado y nos da respeto la pequeña probabilidad de lluvias. Y empieza a gotear. De repente, nos saluda un paisano en medio del barranco, con una motosierra en la mochila. Nos dice que él conoce el descenso y que está bajito de agua, que no nos dará ningún problema, y que no tengamos miedo de la lluvia, que no va a caer nada. Tras un poco de conversación, me dice que se llama Bergousator. ¡Si es el que más informes de caudal pone en D-C! Sabiendo que él conoce este barranco mejor que yo mi propio cuarto de estar, no necesitamos más para quitarnos las preocupaciones y terminar de disfrutar de este gran descenso.

No hace falta esquivar el activo.

Lo mismo de antes, pero desde abajo.

Seguimos encadenando rápeles y se nota que estamos más sonrientes, hacemos más bromas. Aunque hay algo que nos empieza a intrigar: los abalakovs cada vez están más lejos de las cabeceras, en sitios más inexplicables. Y cada vez hay más.

A veces, hasta tragamos agua por vicio.

Los abalakovs se van reproduciendo...

Sin incidencias, llegamos al puente que separa los dos tramos. Vamos muy bien. Comemos una barrita y seguimos. El encajamiento no es tan acusado, y el cauce se va llenando de bloques. Identificamos el inicio del tramo inferior por un sifón bajo bloque, evitable, pero lo hacemos. Al salir de él, nos vemos rodeados de abalakovs. Nos los vamos indicando unos a otros, no sea que alguno no los haya visto.

Últimos rápeles antes del puente.

El tramo inferior es algo menos estético y un poco más técnico. Hay que acercarse a las cabeceras con pasamanos y en ocasiones hay que buscarlas un poquito; no es plan colgarse de un abalakov cualquiera...

A rapelar por dentro del rulo.

El tramo final es menos encajado.

El final pierde un poquito, con tanto bloque y destrepe. La salida se hace, cómo no, bajo un bloque, apoyado contra la pared izquierda. Muy original. Lástima de abalakov para ayudarse. En 5 minutos estamos en la bici.

En conjunto, un descenso magnífico. Nos ha encantado, a pesar de tener pocos saltos, ya que en general las pozas están bastante colmatadas. Nos da la sensación de que hemos pillado un año de crecidas traidoras, que en general han rellenado las pozas.

De vuelta, paramos a ver el final del Lanchatra. Ahí hay mucha agua. Además parece haber tenido crecida muy reciente, ya que el agua ha decidido abandonar su cauce natural hasta el río y rellenarlo de piedras y barro.

Jueves 10: La Belle Inconnue (74) y Angon (74)

Hoy nos lo tomamos con más calma. Se están esfumando las opciones de bajar hacia Freissinières, porque sigue el riesgo de tormentas que nunca llega a materializarse. Así que decidimos apurar la zona, tirando de descensos un poco menos "estrella". Yo le tenía echado el ojo a La Belle Inconnue, un tanto atípico porque tiene una parte en cueva. Alberto y Ángel aceptan, así que nos vamos hacia Annecy. Por la tarde completaremos con Angon, junto al lago; pillan cerca entre sí.

Tras otra hora larga de coche, aparcamos en el Museo de la Resistencia, un poco antes de llegar a Thônes. No hay opción de usar la bici esta vez. La pista de subida tiene una pendiente maja, y ya vamos acusando los días acumulados. Primer desvío a la derecha, nos metemos en el bosque (bastante chulo, por cierto) y enseguida llegamos al cauce justo a la altura del primer rápel. Y no corre ni un hilo de agua.

Todos tiesos como una vela.

Primer rápel. ¿Y el agua?

Encadenamos un par de rápeles y toca bajar a lo que parece una marmita trampa. Desde arriba se ve un cordino para trepar por el otro extremo, así que sin problema. Pero según empiezo a bajar aparece una grieta. Lo de cueva es literal: nada de una pared que se junta con la otra, no, una cueva con sus meandros, pozos y aportes. A pequeña escala, porque serán unos 50 metros bajo tierra, pero muy original como barranco, la verdad. Y salimos de ella acompañados por un hilo de agua.

Entrada a la cueva.

Salida de la cueva.

De vuelta al bosque, un tramito de andar y llegamos a dos rápeles encadenados. Entre ambos, una poza colgada y la salida de la misma es por una ventana. El rápel que sigue está completamente cubierto de musgo. Precioso.

Ventana.

Cascada de La Belle Inconnue.

Otro rapelillo en el bosque, evitable, y se termina el descenso. Deportivamente no vale mucho, y menos con este caudal, pero es un descenso muy original y estético. A ver qué tal el Angon...

Llegamos a Angon y nos encontramos una empresa saliendo del barranco. Este no va a resultar tan solitario. Se podría usar la bici, pero preferimos subir a pata, ya que no creemos ganar tiempo haciendo combinación. Otra subida inclinada, por una senda muy frecuentada. Dejamos el desvío hacia el mirador, pasamos junto a una pequeña escuela de escalada y llegamos al inicio. Bastantes turistas haciendo fotos. Uno de ellos nos pregunta si somos espeleólogos. Al decirle que vamos a bajar por el cauce, pregunta si alguna vez se ha hecho antes... ¿?

El lago de Annecy desde la aproximación.

Bajo la atenta mirada de algunos transeúntes, empezamos con los primeros resaltes y enseguida llegamos a la gran cascada. Desde arriba no se la ve bien, pero nada más colgarse ya se aprecia lo bonita que es, una especie de tobogán liso, de pendiente constante, sin llegar a ser vertical. Alberto baja el primero hasta la reunión. De repente, alguien le dice "Salut" a su lado. ¡No se había dado cuenta de que el mirador está al lado mismo de la reunión intermedia! Es una pareja con un niño, que nos mira con asombro mientras gestionamos el cambio de cuerdas. Realmente se podría bajar del tirón, la reunión no aporta mucho ni disminuye los roces sensiblemente.

Gran cascada desde la reunión.

Aquí, vista desde abajo.

Seguimos con otro rápel de 25 metros, algo volado y el resto ya son obstáculos más pequeños en el bosque. Algunos se pueden saltar, en otros hay que rapelar. Desde luego, es un descenso bastante más lúdico que el de la mañana, y el rápel largo es muy bonito. Además corre más agua, si bien el caudal es tirando a bajito.

La primera parte es la más estética.

Antes de lo deseado, un cartel nos indica la salida del barranco. No sabemos si se podría seguir por el cauce, pero hacemos caso y subimos ayudándonos de las cuerdas fijas instaladas. Angon ha sido el 150º barranco de mi lista.

¡Vaya casitas hay alrededor del lago de Annecy!

Viernes 11: Alloix (38) y Pont du Diable (73)

Estaba claro que queríamos hacer el Pont du Diable, el mejor del macizo de Bauges. De camino a él, uno de los mejores de Chartreuse parecía ser el Alloix, también recomendado por un colega de Alberto. A por ellos.

Otra hora de carretera. Esto ya empieza a cansar, pero es que el año pasado nos malacostumbramos demasiado. Esta vez dejamos la bici abajo y recorremos los 3 km de carretera que me van a tocar a mí. ¡Ni un metro de descanso! En fin...

Alloix transcurre totalmente dentro del bosque. Nos disfrazamos justo antes de la primera cascada, con sus dos chorros que se juntan en el aire. Es un poco volada y le da el Sol de lleno. Bonito rápel.

Cabecera del rápel largo.

Le sigue la mayor cascada del descenso, con bastante roce y su segunda mitad en volado. Hay una senda de aproximación que cruza el cauce por una repisa bajo el rápel. En esta primera parte hay una vía ferrata alrededor del barranco.

Me querían dejar ahí encerrado.

La segunda parte es más horizontal, los pocos rápeles que quedan son más bien rampas. Las pozas no parecen cubrir lo suficiente para saltar, en el hilo de lo que veníamos observando en otros descensos. Esta vez ha ido un poco de más a menos, quizás también salimos con una impresión un poco anodina por su escaso caudal.

Último rápel, en bosque.

Otra hora de coche hasta el Pont du Diable. Primero nos acercamos a verlo y hace muy buenísima pinta. El caudal no es un hilillo y la cosa se estrecha muchísimo aguas abajo del puente. Vuelta al coche a por los trastos y al lío.

Entramos en materia con un primer resalte en el que no parece cubrir, así que rapelamos. Pero en el siguiente sí, y saltamos. Y en el siguiente también, y saltamos más alto. Y el cañón se encaja, y se profundiza. El agua se va por un pasillo estrecho descendente. Me pongo a destreparlo, sin dificultad. Al final, una cuerda ayuda a salir a una repisa desde la que se ve una gran badina. Precioso. Alberto y yo saltamos, Ángel hace tobogán. Nos está encantando. Otro resaltillo y el agua se amansa. Nadamos hasta que las paredes desaparecen. Y se acabó. Qué pena. ¡Ya podía ser 10 veces más largo! Y debemos de estar cansados, porque nadie suelta el "No hay huevos"... y nos vamos sin repetirlo.

Primer salto.

Pasillo central.

Salida del pasillo estrecho, con tobogán o salto. ¿Qué más se puede pedir?

Un descenso magnífico. Si lo tuviésemos cerca de casa, lo haríamos todas las semanas. Además tiene instalaciones para bajar por el agua, cerca del agua, lejos del agua, por el valle de enfrente...

Sábado 12: Furon I (38)

Por la noche habíamos estado sopesando ir a Freissinières. La amenaza de lluvias seguía quedándose en amenaza. Christophe, posteador en D-C, no lo tenía claro y nos había dicho que si no caía nada, podría hacerse, pero un aguacero lo podría volver imposible. Teníamos que recoger los trastos y limpiar la casa. Sería nuestro octavo día seguido de actividad. Y volver a España por Freissinières sólo sumaría de 4 a 5 horas al viaje. A Alberto fue a quien más le costó renunciar.

Sin alejarnos mucho, teníamos reseñas positivas del Furon, al lado de Grenoble. Lúdico, sencillo, muy frecuentado por empresas. Seguimos las indicaciones de aparcar en la entrada, en un ensanchamiento de la carretera. Nos colgamos las mochilas y en la casa antes de bajar al río una señora nos pide ayuda para mover una máquina de escribir. Está preparando una exposición. Nos dice que el cañón nos va a gustar y que se empieza con un salto de 9 metros. Pinta bien...

En el puente del inicio, un grupo de empresa. En lo que nos disfrazamos, va rapelando todo el grupo. El guía nos confirma amablemente que se puede saltar y nos deja pasar. No sé si serían 9 metros, pero sí sé que se tarda más de lo que parece en llegar al agua. Otro salto pequeño apuntando y adelantamos al enorme grupo.

Salida del encajamiento inicial. Apenas hicimos fotos en el Furon.

Nos espera un rato de andar, a ratos por una senda paralela al cauce. Se nota que es un descenso superfrecuentado. Ángel y yo vamos buscando pequeños pasos bajo bloques, o toboganes o saltitos. El triste de Alberto, que parece amurriado, sigue solo por delante. Llegamos a una zona en que los resaltes se concentran; debe de ser el conocido "Furon Express". Varios saltos y toboganes seguidos y aparece una vía ferrata por la derecha. Parece que mucha gente sigue por el cauce y sale por la izquierda, pero hacemos caso a las indicaciones y remontamos a la cabecera por una cómoda senda, perfectamente balizada.

Por la cantidad de gente que hay en el aparcamiento de abajo, diríamos que en general se pasan las indicaciones de salida del barranco por el Arc de Triomphe.

Un descenso cortito, sencillo y lúdico antes del viaje de vuelta. Ya sólo quedan 1200 km hasta casa...


No hemos podido hacer los grandes descensos de Ecrins. Quizás hemos ido un poco pronto, hemos pecado de prudentes, o es una cuestión de suerte... Pero nos volvemos con 12 barrancos en 8 días, variados y estéticos.

Foto de grupo. El burro delante, pa que no se espante.

¿El año que viene? Ya iban sonando nombres en el viaje de vuelta. A ver si esta vez Javi y Esteban pueden acompañarnos.

Por cierto, Alberto reconoció que llevar la bici había sido buena idea. Y el finde siguiente, tenía mono de pedales. Tanto criticar mi preciosa bici, y al final la echaba de menos...


Aquí tenemos el primero de los vídeos: Canyon du Diable








No hay comentarios:

Publicar un comentario