lunes, 16 de septiembre de 2013

Un par de barrancos clásicos y un par de Otales


Como las de 2013 se nos planteaban como las peores fiestas de Aranda en años, pensamos arreglarlas yéndonos de barrancos el lunes y el martes, y además así no encontraríamos colas en los rápeles.

Aunque no estuviésemos en Aranda, el pañuelo de hierbas es sagrado, ¡hasta en los barrancos!


Yo seguía con mis ganas de añadir muescas a mi ocho, pero también me apetecía repetir uno de mis barrancos preferidos, Lapazosa, sobre todo ahora que todo el mundo decía que se habían vaciado todas las marmitas de piedras y se podía volver a saltar como antes de conocerlo yo, incluso. Este año había agua para aburrir, por lo que la habitual mala idea de ir en Septiembre no era aplicable. Para completarlo, teníamos varios clásicos por la zona, e incluso alguna muesca pendiente que finalmente, dejamos para más adelante (Algún día por fin nos conoceremos, Navarros...)

Nos apuntamos 6 a la salida, y Juancar sugirió alquilar un bungalow en el camping Ordesa, pasado Torla. Resultó una gran idea.


Lapazosa


El lunes empezamos por el objetivo principal del viaje, ¡no sea que nos lo fuesen a quitar! Hacía un poco fresco al principio, pero con la subidita y el Sol que asomó justo en el momento de disfrazarnos, se nos olvidaron los fríos y los frescos. Para Óliver era su primer barranco desde el curso de iniciación, y el caudal con que entramos le iba perfecto para disfrutar, con todas las marmitas llenas, sin que en ningún momento supusiese dificultad alguna. Eso sí, debió de flipar al vernos llegar al primer resalte y tirarnos sin un poco de meditación previa, unos rezos o unos instantes de automotivación... Comprobar profundidad y ¡al lío!


La marmita trampa, sin dificultad alguna.

Los efectos de las crecidas de los últimos veranos eran palpables: la pasarela del inicio estaba recolocada a lo largo del descenso. Y lo que había leído en foros e informes de caudales era cierto: todo volvía a ser saltable. Así que, ayudados por nuestra "experta en saltos" (Rebeca, que gentilmente rapela todo para comprobar la profundidad de las marmitas), me atrevería a asegurar que no nos dejamos ninguno, lanzadera incluida.


La lanzadera.

Había alguna instalación nueva, como la de la cascada grande, que baja mucho más cerca del agua, lo que mejora el ambiente respecto de la anterior, un poco "escaqueada". Pero siguen quedando algunos rápeles "monopunto", aunque sean de los de pof-ayayay, en vez de los de aaayyy-pof.


Cabecera de la cascada de 65 m.


Otal


Por la tarde queríamos algo más de agua. Después de comer en la pradera de Bujaruelo, nos decidimos por el Otal, que ninguno de nosotros conocíamos (Así apuntaba el nº 92 a mi lista). La aproximación es sencilla, siguiendo la pista que sube hacia el valle de Otal o bien atajando por la senda que la cruza varias veces. Las vistas del valle, de marcado origen glaciar, son espléndidas.


Valle glaciar de Otal. Aguas abajo, nuestro descenso.
Primer resalte.



Nuevamente nos disfrazamos y comenzamos el descenso. Antes de encajarse, el río va serpenteando por una pradera, hasta llegar al primer resalte, con un pasamanos cuya cuerda merecía toda nuestra desconfianza. Así que desconfiamos de ella y optamos por saltar... menos nuestra experta en saltos, que también demostró serlo en destrepes.





No esperábamos demasiado de este barranco, pero resultó un descenso variado, con rápeles acuáticos, rápeles menos acuáticos, destrepes delicados e incluso algún salto decente. En general, el cauce es abierto, lo que permite abordarlo con caudales altos, como el que llevaba.


Aquí pusimos la cuerda, pero a alguno no le hizo falta, jejeje...

Rápel destrepable.

Aquí sí empujaba un poquito el agua.


Para terminar, el tramo final del Ordiso. Me impresionó ver el puente de Oncíns sin barandillas, pero sobre todo la limpieza de las paredes al llegar a él. Las crecidas de los deshielos de este año tuvieron que ser brutales, y eso que habíamos estado poco antes en el Valle de Benasque...

Todo el día llevábamos Juancar y yo maquinando mentalmente hacernos los Navarros a la vuelta, pero se hizo muy tarde, y teníamos fresco, hambre, sed y algo de cansancio. Así que se queda para otra ocasión.


Sorrosal


La mañana siguiente, aprovechando el ofrecimiento de Lorena y Pablo de movernos los coches, no podíamos desperdiciar la ocasión de hacernos tan cómodamente el Sorrosal. Mediados de Septiembre, y caudal normal, sin olores ni sabores. Increíble el verano de agua que hemos tenido. No estaba totalmente cristalina, sino con el llamado color aquarius, que permite algo de visibilidad, pero no la suficiente como para andar saltando sin conocimiento.


R20 antes del salto final, junto a la ferrata. Nosotros saltamos; otros lo toboganearon.


El Sol nos regalaba unos fantásticos contraluces y una temperatura ideal, y solamente otro grupo en el descenso. Ellos eran más toboganeros, nosotros preferíamos los saltos. Por cierto, todo saltable, como siempre.


Óliver esperando su turno ante el primer R40. Al fondo, ferratistas.

Primer R40.

Y, como hacía buen día, mucha expectación en el final del descenso.


¡Cómo mola que nos miren como si fuésemos extraterrestres!

Forcos (u Otal)


Teníamos aún tiempo para otro descenso, y yo le tenía echado el ojo a un tal barranco Forcos, del que hay poquita información, pero positiva. Así que nos dirigimos a Fiscal y, de allí, a Bergua, por lo que hace años debió de ser una carretera, pero hoy es más bien una ensalada de baches. Supongo que eso es una pequeña ayuda para mantener a los nuevos habitantes del pueblo en un relativo aislamiento.

Dejamos el coche estorbando lo menos posible en el camino principal, cerca de una señal de PR. Ya a pie, cogimos el PR que desciende, atravesando Bergua. Al salir del pueblo, el sendero sigue bajando por el bosque hasta la confluencia de los barrancos de la Pera y de Otal o Forcos. Atravesamos ambos por sendas pasarelas metálicas. Este punto marca el final de nuestro descenso.

Tomamos el sendero que se dirige hacia Escartín. Al poco de dejar las pasarelas, comienza la subida, alejándonos del cauce del barranco. No llevábamos ni 10 minutos subiendo cuando apareció un cruce a nuestra izquierda con un letrero que señala "A Otal por barranco". Haciendo caso al dicho de que más vale lo malo conocido, seguimos la subida hacia Escartín, de acuerdo con las indicaciones de algún blog y del mapa de P. Gimat, que no contemplan ese otro sendero. Parecía que Escartín estaba cerca, y esperábamos llegar al pueblo tras cada curva de la senda, sobre todo cuando empezaban a aparecer muros de piedra y alguna vaca. Pero Escartín debe de estar por lo menos a 5000 m de altitud, porque la subida se nos hizo larga, larga. En la entrada del pueblo, un nuevo cruce indica de nuevo Basarán / Otal por Barranco (Esto ya lo habíamos visto antes, cómo sonaba a gili-córner...). El sendero comienza bajando suavemente, para luego hacerlo de forma más notable, en zig-zag. Atravesamos un barranco afluente del Forcos, donde tuvimos que mojarnos los pies (No es algo que nos importase mucho, dado el objetivo de nuestra pateada). Llegando casi al fondo del valle, apareció un sendero por nuestra izquierda que subía cerquita del cauce. ¡No hacía falta pegarse la paliza de subir a Escartín para luego bajar! Nos habíamos metido 300 m de subida para nada y habíamos alargado la aproximación unos 45 minutos.


Mapa de la zona. En negro, sendas. En rojo, la bajada desde Escartín. En morado, la senda que debimos haber tomado.

El caso es que llegamos al inicio del barranco. Era precioso. Tras un resalte de un par de metros, el agua se lanza por una cascada-tobogán de unos 8 metros de altura, todo en un ambiente de flysch que nada tiene que envidiar a los archiconocidos Furco o Sorrosal. Además, después aparece un pasillo más oscuro, con agua cayendo por las paredes. Un inicio de 4 corazones.


Resalte previo al R8 de entrada.

Deportivamente, Forcos es un barranco de iniciación. no sé cómo será con un caudal alto, pero tal y como lo cogimos nosotros, es una especie de paseo por su cauce; sin embargo, cuando te empiezas a aburrir, aparece una cascada para saltar y romper la monotonía. Alguno de los saltos ronda la altura del primero. Además, la piedra agarra una barbaridad.


Pasillo inicial, tras el R8.

Cuando termina, no sales con la sensación de un 4 corazones, pero nos gustó mucho, y repetiríamos de buena gana. Salvo el inicio, no es un barranco espectacular en lo deportivo ni en lo estético, pero su aislamiento y el que esté poco frecuentado le dan un encanto particular. Muy buen sabor de boca para mi 93ª muesca.


¿Quién adivina hasta donde suele llegar el nivel del agua?


Pincha aquí para ver el vídeo.


Lamentablemente, la temporada 2013 de barrancos parece que toca a su fin. Esperemos que la rodilla de Lorena le deje estrenar pronto sus botas...