domingo, 15 de diciembre de 2013

Cueva de San Cristóbal

Una rodilla para probar, un domingo sin planes y un nuevo incauto al que introducir el gusanillo de la espéleo... Si a esto le sumamos que yo no la pisaba desde hacía casi 20 años, eran las condiciones ideales para visitar la cueva de San Cristóbal.


La boca se abre al exterior en la ladera O del cerro de San Cristóbal (de ahí su nombre, digo yo...), por la que desciende un pequeño vallejo. Éste es el que seguiremos para la aproximación, después de dejar el coche en el pueblecito de Arganza.

Imagen tomada del Sigpac.

La cueva es totalmente horizontal. Esta sencillez, unida a su fácil aproximación, la convierten en ideal para iniciarse en esto de la espeleología. Pero también hicieron de ella el objetivo de desaprensivos que no dejaron viva una sola estalactita ni olvidaron pintar su nombre en cada rincón. Afortunadamente, la naturaleza es sabia y poderosa, y ya pudimos contemplar macarrones de unos pocos centímetros que crecen de las heridas causadas por nuestros predecesores. Con suerte, dentro de unos 50.000 años a lo mejor recupera su aspecto de hace 50.

Estalactita cortada.

Macarrones brotando de formaciones rotas.

Olvidando este deterioro, San Cristóbal nos ofrece todavía abundantes formaciones excéntricas y una pared llena de raicillas, que asoman curiosamente por cada grieta y orificio.

Banderas bajo una colada.

El tubo freático.

Haciendo pruebas de iluminación para la foto.

Habitante.

Pero lo mejor del día fue poder mostrarles una cueva más a Roberto y a Juan Carlos, comprobar cómo la rodilla no impedía a Lorena sortear cada obstáculo, adivinar qué sentimientos despertaba en Félix su primera visita al submundo y recordar a un Peque de 12 años que se recorrió cada gatera y recoveco de la cueva.

Foto de grupo junto a la boca.