domingo, 5 de septiembre de 2021

Lombardia 2021

Otro año condicionado por el dichoso cobicho. Íbamos a ir en avión, pero cada 10 minutos cambiaban los criterios: ahora sí, ahora no, ahora PCR, ahora certificado, ahora nada, ahora se puede, ahora cuarentena...

La cosa parecía mejorar y nos arriesgamos a reservar una casa en Colico, en el extremo norte del Lago de Como. Echábamos de menos a Javi López y se unía a nosotros Manu, el hermano de Alberto. Los dos hermanos estarían barranqueando las dos semanas previas por Eslovenia y el Este de los Alpes italianos, para abrir boca. Así que desde España iríamos Ángel, Esteban y una servidora. El viaje duraría más o menos lo mismo que al Ticino, una hora arriba o abajo.

En cuanto pudimos, salimos el viernes por la tarde. No queríamos llegar muy tarde, a pesar de que Alberto y Manu podrían recoger las llaves de la casa. Esta vez decidimos cruzar a Italia por el puerto de Montgenèvre, sin hacer caso a Google, que nos mandaba por la costa o por el túnel de Fréjus. Quizás se tardaría unos minutos más, pero nos ahorrábamos parte del peaje de las autopistas y el tráfico denso que sufrimos la otra vez por un lado, y los 47 eurazos del túnel por el otro.

Nuestro trayecto. Imagen de Google Maps.

Con las paradas imprescindibles, nos plantamos en Briançon al amanecer. Íbamos extremadamente bien. Tanto es así que al ver el desvío hacia Freissinières, nos planteamos hacer una "paradita". Sólo por ver la cara de Alberto al contárselo, habría merecido la pena. Fuimos buenos y seguimos ruta, de forma que nos plantamos en Colico ¡a las 11 de la mañana!

La tentación...

Localizamos la casa sin problemas, aislada en las afueras, al pie de una pequeña colina. Desde fuera, preciosa. Salió a atendernos la dueña, con la que pudimos entendernos con cuatro gestos y media palabra en italiano. Dejamos las maletas y, en lugar de perder el día descansando, nos dijimos: ¿A qué hemos venido? Buscamos un barranco que pillase en el camino de los hermanos y nos fuimos a él.

La entrada a la casa.

Amplia y bien situada.

Y con viñas, huerto, gallinas...


Sábado 28: Esino inferior

Lo más costoso del barranco fue aparcar. Varenna es un pueblo encajado en la salida de un vallecillo, al borde del lago. No hay sitio apenas, y está invadido de turistas. Para el coche de arriba la cosa fue más fácil. Entramos en el cauce por una cantera que hace las veces de vertedero-almacén de construcción. Descendimos de manera más o menos ortodoxa unas pequeñas presas de laminación y enseguida comenzó el encajamiento. Lo más curioso del inicio es que hay un restaurante medio colgado al borde del barranco, con un mirador, y los comensales pueden verte rapelar sin levantarse de la mesa.

No sé si por el cansancio de los 1600 km de viaje, pero mi memoria no grabó gran cosa del barranco. Sí tengo el recuerdo de un barranco sencillo, con rápeles pequeños, algún salto y algún paso entre bloques, y muy estético, con roca estratificada, que recordaba al Flysch.

Caudal bajito.

Al terminar, no encontrábamos una salida evidente, así que seguimos el cauce... ¡hasta el lago! Que no se diga que abortamos descensos, que éste lo recorrimos hasta el final.

Cerca del final del barranco.

Ahora, sin duda, hemos llegado al final.


Domingo 29: Val Cavargna (Cuccio) - Abortado

Como siempre, Alberto se había empollado la lista de barrancos y le tenía echado el ojo a este descenso, con poca información y apenas reseñas. Sabíamos que la clave del descenso era una cascada de 80 metros que necesitaba un pasamanos, y que varios grupos habían abortado por no encontrarlo instalado y/o por exceso de caudal.

Nos dirigimos a Porlezza para dejar el coche en la salida y comprobar el caudal. Bajo no era. Yo era el menos convencido de los cinco, pero decidimos entrar. Subimos a Carlazzo y aparcamos casi junto al río, no muy convencidos de no estar ocupando un prado privado. El río manso y tranquilo enseguida empieza a rugir bajo un primer rápel rápel de 10 m desde bloque. Un segundo resalte de 2 m da acceso a la badina que vierte el agua a chorro en la gran cascada. Ojo, porque si te arrastra no hay donde sujetarse. Alberto encontró la reunión a la izquierda, tras un bloque empotrado.

Cabecera de la gran cascada. No hay dónde sujetarse si te acercas a ese desagüe.
Tras un descenso de unos 8 metros, hay una repisa muy inclinada sin un solo resto del famoso pasamanos, salvo un puñado de agujeros. Habría sido un suicidio plantearse el descenso directo, juntándose con el chorro de varios cientos de litros por segundo cayendo libremente. No quedaba otra opción que reinstalar el pasamanos, y Alberto se puso manos a la obra con el equipo de pitonaje. 45 minutos después tenía el primer anclaje y se disponía a comenzar con el segundo cuando partió la rosca del mandril. Íbamos ya para dos horas trasteando, entre pitos y flautas, así que no hubo más remedio que aceptar la retirada: aunque teníamos otro equipo para burilar, en estas condiciones incómodas nos habría supuesto tranquilamente otras dos horitas instalar el pasamanos. Veíamos que harían falta por lo menos otros dos o tres anclajes hasta dar la vuelta al saliente que veíamos... ¿y después? Demasiadas incógnitas y demasiada agua... y escasez de taladros.

La gran cascada. Ahí a la izquierda es donde estaría el pasamanos.
En previsión de una posible retirada, habíamos dejado el primer rápel en fijo. Gran acierto.


Domingo 29: Lirone

En la orilla de enfrente del lago de Lugano está Osteno, un pueblo muy similar a Varenna, aunque en esta ocasión aparcamos a la primera. Del mismo modo, subimos a las afueras del pueblo para encontrar la cabecera de Lirone.

Dejamos el coche junto a una serrería y a pie cruzamos un puente sobre el cauce, que hace buena pinta. Una senda poco marcada por la izquierda nos permite bajar hasta las ruinas de un molino, donde empieza el descenso.

Este barranco nos recordó a Esino, si bien es más largo, lúdico y estético. Tiene saltos, toboganes, y saltos-tobogán, al modo aprendido en Ticino, jijiji. Yo me lo pasé como un enano, a pesar de su caudal bajo. Nos pasamos medio descenso comentando la diferencia entre los dos barrancos del día - uno técnico, comprometido, con mucha agua, frente a otro lúdico, sencillo y con caudal justito - y las preferencias de cada uno de nosotros. Todo esto, con Ángel y yo recordando al "amurriao" en el Furon, aunque hay que decir que esta vez sí hablaba, e incluso se puso a jugar con dos pelotas que encontró en el último rápel.

Entrada a uno de los tramos oscuros.

Aunque no nos atrevimos a hacer todo lo que parecía tobogán, en especial uno que nos recordaba al Rompenucas del Cresciano, disfrutamos mucho. El afluente que llega por la izquierda en una cascada de 20 metros antes del último estrecho es espectacular. Y este último estrecho es superestético y relativamente oscuro.

Nos planteamos terminar el descenso en el lago otra vez, pero hicimos pereza y nos salimos por una pasarela por la izquierda; error, porque nos tocó saltar una valla para llegar al coche, ante las sorprendidas miradas de los transeúntes.


Lunes 30: Val Bodengo

Uno de los dos platos fuertes de la semana. Teníamos muchas ganas. Tanto es así que se mereció estrenar la banda sonora de la semana mientras subíamos en el coche: Raffaella Carrá a todo volumen y con las ventanillas bajadas.

La carretera de acceso es de pago, se puede abonar leyendo un código QR en un panel al inicio. Subimos hasta un pueblo con un parking e iniciamos el descenso.

Supuestamente, el primer tramo es un descenso fácil, de iniciación, utilizado por las empresas locales. El caso es que empezamos a andar entre bloques hasta alcanzar el primer resalte: una cascada de unos 8-10 metros, que parecía saltable con mucho impulso, o rápel hasta la mitad y salto o tobogán a elegir, ¡si conseguías equilibrarte en esa piedra enjabonada!

A continuación, una cascada en rampa, con salto final. Tras explorarla, hacía toda la pinta de tobogán lanzadera. Lo vi claro y probé. ¡Éxito! Tras un tobogán no muy inclinado de unos 15 metros, sales escupido unos 3 metros por encima del agua.

Seguimos con un pequeño tobogán inclinado que se precipita a una marmita redonda. No se veía el fondo. Ángel y Esteban optaron por rapelar y nos confirmaron que la cosa era factible. Un corto e inclinado tobogán-embudo te suelta unos 6 metros por encima del agua. Sin problema. Muy divertido.

Desde arriba, es un acto de fe.

El caso es que estaba siendo lúdico, pero no lo veíamos como un barranco "de iniciación". En unas dos horas alcanzamos la confluencia con Pilotera y nos pusimos a comer algo.

El agua empuja pero no impide.

Seguimos el descenso, con más ratos largos de caminar entre bloques, intercalados por pasos estéticos y lúdicos, uno de los primeros la famosa lanzadera. La verdad es que hace muy buena pinta. Manu y Alberto venían decididos a hacerla, Ángel y Esteban iban a rapelar. Y a pesar de que ninguno de los dos primeros se hizo daño, lanzándose desde arriba del todo, opté por rapelar también. La fama de Bodengo lo hacía candidato a ser un destino repetible, y ya había tenido varias lesiones en los últimos años: no quería arriesgarme a otra baja; por todos son conocidas las historias de lesiones, costillas rotas y malos amerizajes en este tobogán.

La mítica lanzadera del Bodengo.

Otro de los puntos que había visto en mil fotos y vídeos es un rápel de unos 15 metros, con una repisa en la margen izquierda desde la que saltar. Manu y ángel se pusieron a discutir si el salto era de 10 o de 20 metros... Yo dije 15. Pero ninguno saltamos. En su día dije que mi tope eran los 14 metros de Escuaín, y más que eso me parece demasiado riesgo. Sí saltamos algún otro rápel de 10-12.

Los más intrépidos saltan desde esa repisa.

Bodengo empezaba a cansarnos. Bloques, bloques y más bloques. Bloques pequeños, bloques medianos, bloques como coches y bloques como casas. Bloques, al fin y al cabo. Debía de ser la fábrica de bloques de Italia. Había bloques para abastecer a todos los barrancos de los Alpes. Y en un impulso para subirme a uno de esos bloques, tirón en el gemelo. Odio hacerme viejo, y eso que no llego ni a los 40...

Como un abuelito, me tocó ralentizar el resto del barranco. Ya no jugaba y disfrutaba, me limitaba a sortear obstáculos. ¡Qué raro y complicado es saltar con la pierna izquierda para un diestro! Aunque la verdad es que los demás tampoco estaban disfrutando ya demasiado, a juzgar por sus caras.

Alcanzamos la cascada de 60 metros (en realidad son dos cascadas encadenadas que se descienden lejos del agua), que fraccionamos dos veces para evitar problemas de recuperación, y ya se atisbaba el final del barranco. Rapelamos las presas, o restos de ellas, y alcanzamos la poza final. ¡Qué ganas de terminar por fin!

Rápeles encadenados en la C60.

Ya en casa, me puse a repasar descripciones y mapas, y me di cuenta de un grave error: no habíamos aparcado en Bodengo, sino en Prato Pincée, con lo que nos habíamos saltado el tramo I. ¡Así que no nos había parecido tan fácil!

Tengo dos motivos para volver: no he hecho la lanzadera ni el tramo I. Y, sin embargo, no estoy nada seguro de que vuelva a descenderlo algún día. Es una soba de campeonato. Rincones estéticos sí, pero sortear todos los bloques del Universo no termina de compensar, la verdad. Sin duda, un descenso sobrevalorado.

El final.


Martes 31: Cormor

Tocaba algo suave y Cormor era una de los imprescindibles por su originalidad. Así que, sin madrugar demasiado, nos fuimos al pueblo de Franscia, en uno de los valles más bonitos que hemos visto en este viaje, con picos de hasta 4000 m. Hay una pequeña estación de esquí que tiene pinta de ser muy bonita.

Cormor comienza al pie de la presa de Campo Moro. Hay un camino que llega hasta su base, pero por cosas de la vida, Alberto indicó que aparcásemos en la coronación y bajamos andando. Al menos, era todo bajada y no hubo quejas por las vistas.

El embalse de Campo Moro. Queda claro por el color del agua que viene de un glaciar.

Cormor empieza como una rampa de bloques, con un triste hilo de agua y algún charco perdido entre ellos. Ir silbando Rumore todo el rato nos hacía gracia, hablar de bloques ya no tanto.

¿Y aquí hay algo interesante? Sólo se ven piedros...

Sin gran pérdida, enseguida encontramos la cabecera del rápel que nos metía en una oscura grieta. Desde arriba parecía un simple caos de bloques gigante, pero una vez en esa grieta, el entorno, la luz, el ambiente, nuestras caras... todo cambia radicalmente. Ahora estábamos en una cueva sin ser cueva, con formas de cueva y progresión propia de espéleo pero sin caliza. Los frontales, obligatorios. La oscuridad es absoluta en muchos tramos.

Primer rápel volado. Hacia las entrañas.

Nada más entrar en la grieta, sin sospechar aún lo que nos esperaba.
El barranco es un barranco más, con la diferencia de que ha sido sepultado por un gran caos de bloques. Y eso lo hace único. Además, a diferencia de los caos de muchas cuevas, encontrar el camino es básicamente fácil: basta con seguir al agua. Alberto y Manu tenían tendencia a subir bloques y buscar pasos elevados; eso les llevaba en ocasiones a tener que retroceder y a encontrarse cada vez más lejos del suelo y, por tanto, en pasos más expuestos. Por supuesto, seguir al agua obligaba a agacharse, gatear o incluso reptar, algo que puede ser complicado para personas con claustrofobia, o no habituadas a la progresión por cueva.

Imposible sin frontal.

Igual que en las cuevas, alternando gateras con salas amplias.
Al pie del rápel más largo, un tobogán de más de 20 metros con musgo, el barranco se abre. Una senda se aleja de él por la izquierda. El cauce parece un caos de bloques corriente, y eso nos hacía dudar de si había que volver a entrar en él o no. La respuesta era sí; esto no había acabado. Y, para variar, lo más fácil era ir lo más cerca posible del agua. Aún nos quedaba otro tercio de rapelillos, meandros y destrepes entre bloques.

Cualquiera que vea esta foto diría que esto es una cueva.

Una vez devueltos a la luz, una escalerilla de madera indica, esta vez sí, el inicio del camino hasta el pueblo. Basta con seguir la senda por la margen derecha hasta el gran aparcamiento que se usa para el mercado de los domingos.

No hicimos ni un salto, ni un tobogán y el caudal era bajito. Y sin embargo, salimos encantados. Es un barranco único, totalmente distinto a los demás, una cueva sin ser cueva, y que a vista de pájaro no da idea alguna de lo que esconde. Imprescindible.

Como nos habíamos tomado el día con calma, no hubo tiempo para nada más. El simpático dueño del albergue Edelweiss nos estuvo informando sobre otros descensos del valle: Scerscen (llamado erróneamente Lanterna) y Val Brutta (que sí sería el propio Lanterna):

  • Scerscen no parece tan complicado como pensábamos, a pesar de que sí es comprometido con caudal. El hombre nos dijo que se puede recorrer por una serie de tirolinas instaladas en fijo. Si hubiésemos tenido tiempo, nos aseguraba que esos días no había riesgo por actividad hidroeléctrica.
  • Val Brutta es la impresionante grieta que desagua el valle, aguas abajo de ambos. Es difícil que no tenga un caudal elevado o imposible, y el hombre nos advirtió que no entrásemos sin un taladro, pues todos los años el río arrasa las instalaciones.

Sobrados de tiempo para volver a Colico, paramos en Sondrio a hacer un poco de turismo, tomarnos una cara cerveza y buscar el libro de barrancos de Pascal Van Duin, al que nos habíamos encontrado en el inicio del Bodengo.


Miércoles 1: Trafoi

Madrugón. El objetivo del día eran Trafoi y Vitelli, uno a cada lado del Passo di Stelvio. Más de dos horas y media de coche hasta el primero. Levantarnos pronto nos permitió ascender el puerto sin tráfico y coronarlo a eso de las 8 de la mañana, sin gente ¡y con 1ºC! Al menos hacía sol... No sé qué sería lo normal a estas alturas del año, pero no parecía haber mucha nieve por ahí arriba.

Coronando el Passo Stelvio a la ida.
Aunque se suponía que ya íbamos tarde para evitar la crecida diaria del Trafoi cuando comprobamos su caudal en la salida a las 08:30, ese chorrillo de agua no resultaba muy amenazador, la verdad... Y con 1ºC ahí arriba, mucho no se podía fundir todavía.

El final de Trafoi.
Dejamos un coche en la salida y regresamos por la carretera hasta el camino que lleva a cabecera. Aparcamos y en 5 minutos alcanzamos el puente del inicio, donde pudimos comprobar que el caudal era menor al de un grifo mal cerrado. ¡Adentro! Pero sin dormirse, por si acaso.

Decidimos apurar las posibilidades de retirada al máximo porque tampoco habíamos conseguido mucha información. Así que cada uno nos fuimos quedando en un rápel, con nuestra cuerda sin recuperar. Sin embargo, era muy tranquilizador ver que la primera reunión brillaba como si la hubiesen puesto dos días antes.

Caudal bajo y buena instalación, que tranquilizaban bastante.

Al cabo de un rato sin noticias, por fin viene Alberto a decirme que puedo recuperar. Tras el primer encajamiento, el barranco se abría en una larga rampa pedregosa. Así que los demás no volvían a avisar...

Con un rápel desde árbol, al que le cambiamos el cordino, el cauce se encaja de nuevo. El caudal ha subido algo, pero siguen siendo unos escasos litros por segundo. Los rápeles se encadenan y empezamos a ver indicios de que ha habido cambios más o menos recientes: sin duda troncos que han cambiado de sitio y con ellos los resaltes originados. Hasta vemos una placa con anilla sumergida como un palmo que nos lo confirma, o un maillón colgado a unos 4 metros por encima de nuestra posición. Afortunadamente, todos los rápeles están instalados. Más que por la famosa crecida, nuestra intranquilidad ahora se centra en que no se mueva alguno de los troncos-presa.

Salida del penúltimo estrecho.
El rápel más largo nos deja en un ensanchamiento a modo de sala que precede al último estrecho. Inexplicablemente, Ángel recupera su cuerda y la funda de roce decide quedarse en la cabecera. Algo raro ha pasado... El hecho de que este sea el incidente más llamativo del descenso da muestra de lo "manso" que se mostró Trafoi con nosotros. Ni crecida ni nada. En las fotos de la última cascadilla en el antes y después yo no supe apreciar diferencia. Al final nos ha defraudado un poco, porque las expectativas que teníamos puestas eran muy altas, y con este caudal ha resultado ser un descenso más.

Lo más comentado: un intento fallido de Alberto de subirse a un tronco que acabó en costalazo contra la roca, levantándose como si nada para disimular... Pero se tuvo que hacer daño... por tonto.

Cambio de ropa con Raffaella a todo volumen, y vuelta a subir el Stelvio.

Un tal Marcus Eder se dedicó a esquiar saltando por encima de esas curvas.

Miércoles 1: Vitelli

Aparcamos en la bajada hacia Bormio, con unas vistas espectaculares y comenzamos a subir por la senda hacia el lago del Mot.

La cara oeste del Stelvio.

Llegados a una bifuración, optamos por la senda de la derecha hacia el cauce: error, nos llevaba más abajo de lo deseado, se veía perfectamente que un estrecho se nos quedaría aguas arriba. Dudamos si arrancar el descenso ahí, por no apurar las horas de luz, y decidimos volver sobre nuestros pasos y seguir subiendo. Pasamos junto al lago del Mot. Desde él se veía perfectamente el glaciar en retroceso y el cauce amplio y pedregoso; ahora no hay duda de que lo vamos a coger desde el principio, así que ¡al cauce!

Final de la subida, casi a los pies del glaciar.

Estamos en un terreno desértico: un cauce de piedras, sin un solo resto vegetal. Parece que estamos en otro planeta. El cauce se va estrechando y de repente se convierte en una grieta donde hay que quitarse la mochila para pasar de lado. Encontramos algún rapelillo corto, pero casi todo son pequeños destrepes en oposición. No corre agua y sin embargo es precioso. Original. Salpicado de puentes de roca que hasta nos obligan a gatear en ocasiones. Desde nuestros escasos conocimientos, diría que estamos en la grietecilla de desagüe de lo que hasta no hace tanto era un valle en U cubierto de hielo.

Hay quien lo llama el descenso de los puentes de roca.

El cauce se abre y se cierra en varias ocasiones. Alguno de los estrechos es tan cerrado que la luz no entra. Son unos pocos metros, pero totalmente a tientas si no sacas un frontal. Y yo me lo había dejado en España.

Cauce ratonero, retorcido, alternando rapelillos y destrepes.


El encajamiento del cauce no es muy profundo, sí muy retorcido.

Llegamos a la pasarela donde habíamos deliberado en la subida y el barranco se "estandariza" un poco. Ya no hay pasos tan sumamente estrechos, las paredes se separan un poco y crecen en altura y los rápeles van ganando algo de longitud, que no de verticalidad. El sol se va escondiendo.

El atardecer nos va pillando. Y nosotros a él.

La progresión se agiliza algo más puesto que el cauce ya no es tan retorcido. Poco a poco ha ido apareciendo algo de agua y en el final del descenso ya tenemos un poco más que un hilillo. Poco antes de anochecer alcanzamos el puente que marca el final de nuestro descenso. Quizás podríamos haber seguido un poquito más, pero habríamos alcanzado una pequeña presa, probablemente nos habría tocado saltar alguna valla... Está bien así. Nos ha encantado.


Jueves 2: Mengasca

Decidimos dejar Bares para el fin de fiesta y estuvimos dudando entre Mengasca y Casenda. Sobre el papel, atractivo similar. Nos decantamos por Mengasca por su cascada de 55 metros. Aparcamos un coche en el pueblo de San Pietro, junto al cauce, y con el otro subimos hacia el pequeño barrio de Monastero. No estábamos muy seguros de si la subida estaba autorizada, pero un tal Giorgio del pueblo nos dijo que no habría problema. Giorgio hablaba español y también nos dijo que cuando saliésemos del barranco, nos acercásemos a su casa a comer algo. No nos quedó muy claro si tenía un Crotto o algo así...

Empezamos a andar en fuerte subida hacia Motto dei Damini, por senda marcada y evidente. A partir de aquí, las reseñas nos dicen que sigamos una pequeña tubería negra de agua, hasta que ésta corta una torrentera en la que hay unas marcas de pintura roja. A los pocos metros, un destrepe en el que decidimos poner cuerda, pero la cosa no sigue mucho más fácil. Las marcas nos sacan de la torrentera hacia un bosque con fuerte pendiente, vuelven a la torrentera, vuelven a salir... La bajada tiene pasos bastante expuestos, por lo que nos lo tomamos con calma.

Mengasca lleva un caudal aceptable, que no nos da ningún problema. En efecto, el punto fuerte del descenso es la cascada de 55 metros. Un pasamanos inclinado por la derecha nos deja en la reunión desde la que se rapela directamente hasta abajo. Es un descenso precioso, en que el agua sólo nos toca de refilón. En la base, vendaval húmedo por efecto de la cascada.

Cascadón.

Allí abajo, Ángel y yo, pequeñitos.

La C55 desde abajo.
Los demás rápeles nos parecen más normalitos, a pesar de encontrar alguno bastante estético. Incluso podemos hacer algún pequeño saltito, y nos quedamos con las dudas sobre algún tobogán o rápel-tobogán...

Uno de los rápeles "normalitos".

Final. Agua cristalina.
El descenso termina en una especie de gravera. El camino de bajada pasa junto a la casa de Giorgio, que nos repite la invitación, añadiendo la palabra "gratis". ¿Dónde está el truco? ¿Por qué alguien que no nos conoce de nada nos invitaría a comer?

Recogemos bártulos y nos dirigimos de nuevo a su casa. Tiene preparada una barbacoa con una plancha metálica para asar la carne sobre el fuego, con lo que ni siquiera hay que esperar a que se apague el fuego. Nos saca carne, salchichas, panceta, cervezas, vino... Incluso nos dice que nos demos una vuelta por su huerto y cojamos lo que nos apetezca. Completamos los platos de carne con patatas asadas y tomates. Y, de postre, a por frambuesas. Cuando hemos terminado de comer y los compañeros de Giorgio se van marchando, él se acerca y se pone a charlar con nosotros. Nos cuenta un poco de su vida y nos dice que casi todos los días prepara parrilla para quien se quiera acercar. No había truco: Giorgio es una persona generosa que únicamente busca el placer de una pequeña charla con gente nueva.

La carne queda más jugosa que a la parrilla.

Por supuesto, con la tripa llena de carne y la correspondiente sobremesa, nadie piensa en Casenda ni nada similar.


Viernes 3: Val di Bares

Esto se va acabando, y tras el "fiasco" de Bodengo, tenemos todas nuestras esperanzas puestas en Val di Bares. Madrugamos para dirigirnos al pueblo de Livo, donde se saca el ticket para poder circular por la pista que lleva al Crotto Dangri. No me extraña que la pista sea de pago: ha tenido que ser tallada en mitad de la pared. No tiene quitamiedos y su anchura es poco más que la justa; puede ser el lugar más vertiginoso por el que he conducido.

El aparcamiento de Crotto Dangri está completo (cosa fácil porque es pequeño) y nos toca retroceder unos metros. Al comenzar la marcha, Esteban y yo nos detenemos en un panel con un mapa de la zona. Los demás siguen y en un primer cruce dudamos si han tomado el camino que sigue por el valle o el que sube hacia la ermita. Preguntamos a un paisano que está con sus perros en el cruce y nos dice que nuestros compañeros han seguido hacia arriba. Alcanzamos una ermita y otro hombre nos pregunta si vamos a Bares. Al decirle que sí, nos responde que nos hemos equivocado. ¡Será h*** de p*** el de los perros...! ¡No ha pasado mucha más gente hoy con mochilas de barrancos por ahí! El hombre con el que estamos nos dice que, si no queremos descender lo subido, él nos indicará cómo llegar a Bares, que conoce muy bien la zona. Así que le hacemos caso y seguimos. Justo después oímos a Alberto gritar y le respondemos a gritos que nos vemos en Bares.

El hombre nos guía hasta la aldea de Baggio, y nos indica por dónde empieza la senda que nos conduce a Bares. En un mismo día hemos topado con una persona muy amable y otra... no tanto. Bueno, vamos dos a uno. La senda corta la montaña a media ladera hasta salir a la aldea de Provego. Justo al llegar vemos a Ángel, Manu y Alberto que aparecen por las casas de abajo. Reagrupados y explicado el incidente, continuamos hacia Bares.

Esquema de la aproximación.

Si descontamos el despiste, la subida se lleva menos de las dos horas indicadas en las guías. Al llegar a las ruinas de Bares, Esteban y Ángel deciden no subir más y entrar al cañón desde aquí. Los otros tres preferimos empezar desde el principio, por lo que subimos hasta una rampa inclinada que marca claramente el "inicio de las hostilidades". Manu decide probarla con un resbalón que casi le lleva a completar el primer resalte sin arnés ni neopreno ni nada...

Comenzamos con saltos o rápeles de pequeña altura. Un pasillo con una repisa nos come algo de tiempo por lo extraño de su instalación. La roca resbala y no podemos acercarnos a las cabeceras con total alegría.

Primeros rápeles. Agua turquesa.

Al rato vemos a Ángel y Esteban tumbados al sol en unas losas. Los alcanzamos y Ángel nos pregunta:

- ¿No habéis visto el escorpión?
- ¿Qué escorpión?
- Me ha picado un escorpión. Os lo he dejado encima de una roca, para que lo vieseis.
- Amos, no vaciles, ¿en serio? Pues no lo hemos visto.
- Sí, sí, pero hace ya más de una hora y eso no se hincha, ni me muero, ni nada, así que seguimos.

El susodicho.
No sabemos de qué especie sería ni en qué grado le había picado, pero Ángel se encontraba bien. La marca de la picadura era como la de un mosquito pequeño, la verdad. Se le había metido en el neopreno y lo había aplastado al ponérselo. Y, por si fuera poco, Esteban se había encontrado una araña enorme golpeándole la cara. Pues vaya con la fauna lombarda... Seguimos ruta, preguntándole con frecuencia a Ángel si sigue encontrándose bien.

Debo admitir que no tengo un recuerdo claro del descenso. Fue tal la cantidad de rápeles, y tan seguidos, que tendría que hacer el barranco varias veces para poder recordarlo bien. ¿40, 50 resaltes? Ni idea. Unos cuantos pudimos saltarlos, supongo que nos dejaríamos algún salto, pero no nos cansábamos; nada que ver con Bodengo.

Agua, colores, encajamiento.

Desde arriba, hasta parecía tobogán.

Pequeño volado sobre rocas de mil colores.
Agua turquesa, cristalina y, sin haber una cascada espectacular, muchas de ellas eran preciosas, con un denominador común: la roca con vetas de blancas a naranjas. Pocos barrancos ofrecen tal combinación de colores.
Salto a través de chorro.
Otro saltito.

Deportivamente, continua continuidad. No hay un rato muerto, no hay un pateo largo en ningún punto donde digas "Hacemos una paradita". Rápeles, saltos, destrepes... se alternan sin parar. Y como vamos bien compenetrados, recortamos tiempo a las 8 horas que le atribuyen las guías.

Y para redondear, el agua empujaba un poquillo.

Cuando llegamos a la presa del final, hay que admitir que estábamos cansados, pero no teníamos esa sensación de alivio de otros descensos, en que por fin llegas al final. Esta vez se mezclaba con esa otra de ¿ya está, ya no dan más? De hecho, bajo la pasarela de salida nos alejamos del que sería el rápel más largo del descenso, aunque la captación de la presa le quite casi todo el caudal.

El retorno es un agradable paseo por una senda en el bosque, sin pérdida, de unos 30-45 minutos. Este descenso sí merece la pena. No sé si andará entre mis top 5, o poco faltará.


Sábado 4: Cervio - Abortado

Último día. Recogemos todos los bártulos y dejamos la casa. Realmente tenemos casi dos días de plazo para recorrer los 1600 km hasta casa, así que hay tiempo de hacer otro descenso. En este caso Manu, con tres semanas acumuladas, decide no hacerlo. Y yo también renuncio, ante el viaje que nos espera, el gemelo que sigue tocado y así puedo aprovechar para buscar algún detallito para mis nenes.

Vamos a Cedrasco, donde termina el barranco. El caudal es parecido a cuando paramos a verlo unos días antes. En el cauce ancho no parece gran cosa, pero al concentrarse en un caño no creemos que sea tan inofensivo. Esteban, Alberto y Ángel están decididos y les acerco al inicio.

Dejo a los tres intrépidos en una curva desde la que se supone que sale una senda, aunque no se aprecia nada que se le parezca... El track de Alberto marca claramente ese punto, además de ser el más lógico sobre el mapa. Justo antes de dejarles, Ángel confirma que a encontrado la senda. Así que me voy tranquilamente, contando con recogerles en Cedrasco dentro de tres o cuatro horas. Manu prefiere quedarse en el pueblo mientras yo me voy de tiendas.

Poco más de una hora después veo en mi teléfono que están fuera y que vaya a buscarlos. Han abortado. Al recogerlos, me cuentan que quizás podría bajarse, pero el caudal era muy fuerte y han preferido abortar. Último día, cansancio, descenso desconocido... Muchos factores para optar por la precaución. ¡Cervio no se va a mover de sitio!

Caudal no imposible, sí habría dado mucha guerra.

Así que se termina el viaje. Ya sólo nos queda la vuelta a casa, que hacemos seguida, otra vez por Briançon, con las mínimas paradas para cenar, echar combustible y poco más. El domingo por la mañana llegamos a casa.


Lombardía nos ha ofrecido unos descensos muy variados. Hemos jugado en Lirone o Esino, nos hemos maravillado con Cormor o Vitelli, hemos sufrido en el Bodengo y hemos hecho todo junto en Val di Bares. Globalmente, la concentración de maravillas que tiene el Ticino es incomparable, pero Lombardía es un destino al que se puede volver. Gustosamente repetiría Bares, Cormor o Vitelli con agua, y nos hemos dejado cositas por hacer, como el Bodengo I, jejejeje...



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