domingo, 6 de julio de 2025

Cueto - Coventosa

Ya son más de 30 años haciendo espéleo, y todos ellos oyendo hablar y leyendo sobre esta travesía. Al principio, no tenía la técnica necesaria. Cursos de formación, perfeccionamiento, iniciador, TD2, práctica, exploración… Y cuando estaba seguro de mi técnica, llegaron las lesiones. Y llegaron los niños. Los astros parecían no alinearse.

2025, con uno de nuestros calendarios familiares más densos de los últimos años, pero había un hueco. Y no lo pensé, no quería esperar más. Lancé la propuesta en el club y tuvo respuesta casi inmediata, y perfecta: un equipo de 4 para la travesía y otro de 4 para el apoyo con el porteo de neoprenos.

Los preparativos

Para encontrar información sobre la travesía, nos basamos en la publicación del club Viana, y recorrimos un poco más la web y las redes para buscar algún dato más actualizado, que ya han pasado 12 años desde su redacción. Vamos, lo habitual. Sólo que, en esta ocasión, todos estábamos algo más nerviosos, algo más preocupados por tener todo previsto, por no dejar ni un detalle a la improvisación.

Nos reunimos por primera vez 10 días antes. El objetivo era una ejecución mental de la actividad para anotar todo el material que nos pudiese hacer falta, prever posibles incidencias y repasar la estrategia de cuerdas en el Pozo Juhué, sabiendo que al ser 4 no podríamos juntarnos todos en las reuniones.

Las principales decisiones que tomamos fueron:
  • El equipo de apoyo nos metería los neoprenos por Coventosa, junto con unos flotadores.
  • Cada uno llevaríamos una cuerda de 50-60 m, dos de ellas de 9 mm para descender, las otras 2 de 8,5 mm para recuperar y como sustitutas de emergencia.
  • 2 litros de agua por cabeza, en dos botellas, para poder beber en todo momento de una mientras la pastilla potabilizadora actúa en la otra.
  • Material de instalación reducido a su mínima expresión, ya que la travesía se había realizado pocos días antes, sin novedad. En caso necesario, cortaríamos alguna de nuestras cuerdas para reponer.
  • Sin bote estanco, para hacer las sacas más moldeables en los pasos estrechos, y poder encajar mejor todos los bultos en su interior. En su lugar, las bolsas estancas de los barrancos.
Para alojarnos, optamos por las Casucas de Asón. No queríamos algo más alejado, porque ponerse a conducir tras salir reventados de la cueva tiene el serio peligro de dormirse al volante.

La aproximación

No merecía la pena madrugar mucho. Total, íbamos a trasnochar igual... Con relativa tranquilidad, para estar seguros de no olvidarnos nada, preparamos el material y un poco de ropa limpia para la salida. Josean nos subiría en su furgo hasta donde se pudiese, y luego nos dejarían el coche de Rebe esperando en el aparcamiento de Coventosa.

Para no tener problemas de cobertura, avisamos al 112 desde Arredondo. Nos da la sensación de que esta vez hacen menos preguntas. Para evitar alertas innecesarias, decimos que pensamos tardar hasta 30 horas, aunque Josean sabe que más de 25 ya podrían indicar que ha pasado algo.

Llegamos al punto donde empieza el camino y éste parece transitable, así que seguimos. Sin problemas para la furgo, un coche bajito sí podría tenerlos. El camino se deja transitar hasta las cabañas de Buzulucueva, donde otro grupo acaba de localizar la boca de Tonio. A partir de aquí, seguimos a pie, con muy poca ropa, por el calor y la humedad de la mañana. Caminamos tranquilos, tratando de ahorrar energías. Lo de sudar poco es misión imposible, gracias también a un sol radiante. A cambio, tenemos unas vistas fabulosas. La senda está perfectamente marcada y balizada con marcas azules o amarillas. La ruta bordea dolinas y simas, que dan perfecta idea de lo que hay bajo nuestros pies.

P1: aparcamiento habitual para Tonio/Cueto. X: hasta donde nos pudo subir Josean. P2: aparcamiento de Coventosa. Imagen de mapy.cz.

En torno a una hora después, casi alcanzando la cresta de la peña Lavalle, una clara inscripción "Cueto" en una piedra nos desvía de la senda principal. Y a los pocos metros aparece nuestro destino. Sin dilación, ya que no queremos perder tiempo y, sobre todo, queremos escapar de los cada vez más abundantes tábanos, nos disfrazamos y preparamos el material.

Últimos preparativos.

Mis compañeros prefieren que yo vaya primero instalando. Esteban cerraría grupo ocupándose de la recuperación de cuerdas. Rebe y Pablo asegurarían el traspaso de las cuerdas de Esteban a mí, para minimizar los latigazos necesarios. Al menos en el Pozo Juhué no emplearíamos la técnica de barrancos en que cada instalador se queda con su cuerda hasta que pase todo el grupo, por la dificultad de cruzarnos en las reuniones colgadas.

La travesía

Pocos minutos después de las 10 de la mañana, meto la nariz en la boca de Cueto. Algunas arañas me hacen agacharme más de lo necesario, aunque no tiene nada que ver con Tonio. No he recorrido ni 4 metros, y mi frontal falla. No son las baterías, que llevamos como para una boda, sino el frontal en sí. Vuelta para fuera. Saco el "segundo" frontal, un Stoots minimalista, recomendación de Carolo. Todavía me queda un tercero de emergencia, pero es un simple Tikka. Planteo a mis compañeros darme la vuelta, pero consideramos que entre todos tenemos iluminación de sobra.

Segundo intento. Son las 10:10. Esta vez sí, entro derecho con la cuerda en la mano y la instalo en la primera reunión. Bajo mis pies se abren 300 metros de pozo. Estoy más nervioso de lo habitual, lo reconozco. Un repaso más a mi arnés, y me cuelgo. A rapelar despacio.

La cuerda es de 9 mm, de las que corren. Estaba previsto: todos vamos con Handy como mosquetón de freno. La primera tirada es algo volada, aunque la pared está cerca. El pozo se va abriendo. Parte de los nervios van dando paso a emoción. ¡Qué señor pozanco! Veo la segunda reunión: dos parabolt unidos con cadena y anilla doble en Y. Mal lo tenemos que hacer para que se atasque la cuerda al recuperar. A su lado, no tan visible, la reunión antigua, oxidada pero servible aún. Me anclo dejando espacio para Rebe, me suelto, doy el libre y comienzo a instalar la siguiente cuerda.

Mientras yo desciendo el segundo tramo, Rebe lleva una cuerda de recuperar y la engancha con la mía. Pablo y Esteban hacen lo mismo en la primera reunión.

No hicimos apenas fotos del pozo: estábamos ocupados manipulando cuerdas.

Estoy en la tercera reunión. Ahora toca esperar. Rebe me alcanza. En cuanto Esteban baje el primer tramo, recuperarán la cuerda y Pablo se asegurará de que nos llegue. Gracias a que las reuniones están perfectamente verticales, nos damos cuenta de que podemos alcanzar las cuerdas que van recuperando los compañeros sin tener que pendulear ni nada. Eso es una ventaja y un inconveniente, ya que estamos en el camino de los latigazos también. En mente teníamos el que sufrió una de nuestras cuerdas en Tibia, con un estruendo salvaje y que incluso abrió la punta. Pero hoy las cuerdas sobreviven sanas y salvas.

Tras tres o cuatro recuperaciones, vamos cogiendo ritmo y alcanzamos la repisa. Sin ralentizar, continuamos el descenso, esta vez con algún pequeño roce, nada grave. Y por fin alcanzo la base del pozo.

Durante todo el descenso, hemos mantenido las dos cuerdas de 9 mm unidas a sus respectivas cuerdas de recuperación de 8,5 mm. Esto ya no es necesario, por lo que volvemos a quedarnos una cuerda cada uno. Instalo una en doble en el Pozo del Algodón, para bajar hasta su reunión intermedia, y me llevo la otra de 9. El pozo comienza estrecho y se va abriendo. Veo la reunión, con un estribo y una cuerda fija que desciende. Me planteo usar nuestra cuerda para no dañar esa, que podría estar pensada como cuerda guía para un péndulo inferior, pero observo que está instalada en la anilla de recuperación. Así que tras un primer vistazo a su estado, decido bajar por ella. Está bien.

Continúo, siempre sin alejarme demasiado de los demás. Todos los pozos que me encuentro están en fijo, con cuerdas algo variopintas, pero en un estado bueno o razonable. Me llama la atención una cuerda rosa en el Pozo Juana de Arco, que no tendrá mucho más de 8-8,5 mm. Y también me resulta llamativo el tacto de algunas de las cuerdas, que no son redondas, sino con forma de USB-C, totalmente aplanadas. Mi teoría es que eso está provocado por no apretar bien la palanca del Stop (Ya sabéis que yo sigo fiel a mi Dressler).

Nuevamente casi reagrupados, alcanzamos el P9 bajo el Pozo del Oso y éste no tiene cuerda fija. No hay problema: venimos preparados. En este caso sí me quedo esperando con mi cuerda, y Rebe y Pablo me adelantan para bajar los dos últimos pozos. Y en ese momento, Esteban se da cuenta de que ha perdido sus chismes de fumar. Así que, si alguien lee esto y lo encuentra, seguro que Esteban estará muy agradecido de que lo dejéis en el bar de Margari.

Último pozo de llegada a las galerías de Cueto.

Tras mojarnos un poco bajo el Pozo de la Marmita, ponemos pie en la Galería Juhué hacia las 14:30. La hora perfecta para comer. Hoy toca empanada de cecina, queso de cabra y pimiento caramelizado, todo un lujo a 600 m de profundidad.

La primera parada larga.

Empaquetamos todo de nuevo, dejando esta vez las cuerdas en el fondo de la saca, puesto que no es previsible que las vayamos a necesitar más, y empezamos a caminar entre bloques. El corto tramo en la topo hasta la Sala de las Once Horas se me hace eterno, y da una idea de lo que nos espera: bloques, bloques y bloques. Están todos aquí, no falta ni uno. También vamos intuyendo que la orientación no va a ser un problema, pues hay reflectantes de sobra; incluso a veces parece que haya dos rutas de reflectantes.

Tras el ascenso a la Sala de las Once Horas, la Gran Pedrera no se nos hace tan grande, y la bajamos sin mayor problema. Seguimos "bloqueando" por la inmensa Galería del Chicarrón y poco después de dejar lejos, a la derecha, la Galería de la Capilla, alcanzamos el Oasis. Un par de garrafas abiertas por la mitad recogen el goteo del techo. Rellenamos nuestras botellas (sólo una: estoy bebiendo menos de lo debido), echamos la pastilla potabilizadora y seguimos nuestro camino.

El Oasis.

La galería se vuelve algo más sinuosa, pero la progresión es similar: bloques de frente, bloques hacia arriba, bloques hacia abajo, ¿será este reflectante o aquel otro? Da igual, todo lleva hacia adelante.

En torno a las 19:00 llegamos al desfonde del Pozo de la Navidad. Nuevamente, soy el primero en bajarlo. Cuerda correcta. A partir de aquí, ya sólo es salir hacia la calle.

El Pozo de la Navidad.

La Galería de la Navidad supone un cambio radical a la progresión. El avance sobre la topo no es tan rápido, pero es mucho más variado, y agradable, después de tanto bloque. A pesar de que enseguida encontramos trepadas y destrepes, o pasamanos para evitar desfondamientos, avanzamos ya entre formaciones variadas; en ocasiones el suelo es liso durante decenas de metros, y vemos el techo. Disfrutamos.

Uno de los desfondamientos.

Formaciones curiosas y no escasas.

Toca seguir con más detalle la descripción y la topo, aunque los reflectantes siguen presentes, haciendo evidente el camino. Empezamos a encontrar pasos que requieren algo de oposición, pero todo lo que supone cierta dificultad está instalado con cuerda fija.

Una de las muchas cuerdas fijas.

Nos acercamos a la gatera indicada en la topo, pensando que nos tocaría arrastrarnos durante un buen rato, y nada de eso. Pocos metros de gateo, alguno más de caminar agachados (Rebe, de pie) y nos podemos erguir nuevamente. Aprovechamos para hacer otra parada para cenar.

Se agradecen las paradas, aunque han de ser breves.

También aprovechamos para repasar las reseñas.

Tras ascender la E10, la cavidad vuelve a ampliarse en la Galería de los Artistas. Y enseguida llegamos al P16 en fijo que nos deja en la preciosa Sala Blanca, donde me permito el lujo de gastar algo de batería para iluminar bien las paredes. Seguimos cómodamente hasta el P31, con varios fraccionamientos y también instalado en fijo, que nos deja en el Espeleódromo. Según la descripción, este tramo debería ser bastante cómodo a pesar de su nombre; a mí no me lo resulta especialmente, con destrepes, bajadas, subidas, alguna cuerda fija... El estado de las cuerdas va siendo cada vez más variable; si bien ninguna de ellas pide cambio inmediato, sus estados y grosores variables nos hacen recurrir a todas las formas que conocemos de colocar el descendedor: habitual en S, en C, en U, con o sin mosquetón de freno..., o directamente sin descendedor.

El P31 (creo...).

Otro pozo cercano a la Sala Blanca.

Llegamos así al Pozo de la Unión y su pasamanos ascendente, que nos requiere un poco más de esfuerzo que todos los recorridos hasta el momento. Al otro lado, unas botellas de plástico recortadas a propósito permiten recoger agua de un goteo. El precio esta vez es mojarse un poco el brazo, pues no es posible dejarlas apoyadas para que se vayan llenando solas. Pero llevamos cantidad suficiente y solamente Esteban repone, por si acaso.

Cogiendo agua del Pozo de la Unión.

Entrando en la Galería de las Pequeñas Inglesas, hacemos pequeñas elucubraciones sobre el posible origen de ese nombre. Tras un par de pasos en oposición, decidimos hacer una nueva parada en una zona cómoda para sentarse. Comentamos que según la descripción, deberíamos estar entrando en una zona de avance "penoso", por lo que nos preparamos mentalmente para reptar como en Caballos-Valle, avanzar por diaclasas y meandros desfondados como en Fría-Lobo o sufrir heladoras corrientes de aire como en la M de Valporquero.

Muchas cuerdas de ayuda.

Sin embargo, todavía nos quedan por recorrer zonas preciosas e impresionantes como los Pozos Josiane, de paredes casi negras. Y cuando tenemos que arrastrarnos unos metros en alguna de las escasas gateras, o hacer algún paso en oposición asegurados por cuerda, no nos parece tan terrible ni mucho menos. Y sobre todo, si usamos técnicas como colgar la saca del pasamanos para que su peso no nos estorbe ni cuelgue tanto como para empotrarse en algún desfonde, como en el pasamanos que precede a La Turbina.

Paramos unos minutos a comernos una barrita en La Turbina, donde cuelga una misteriosa cuerda desde el techo, con la que casi engañamos a Rebe, y seguimos con la no tan heladora corriente de aire, ahora ya presente todo el tiempo. Hombre, no es como para pararse a echar la siesta en ella, pero la verdad es que en algunos momentos hasta se agradece ese fresquito. Y tras unos pasos más reducidos y serpenteantes, aparece una cuerda descendente, que conduce a otra que se introduce por una estrechez alargada. Estamos en el Agujero Soplador. Nuevamente, me esperaba algo temible de tipo la estrechez de Tonio, y veo que ahí quepo perfectamente sin agobios. Ni siquiera cambio el descendedor al cabo de anclaje y me dejo deslizar por la grieta, sin problemas. Un poco a la derecha, un poco a la izquierda y toco suelo. Indico a mis compañeros cómo lo he hecho, ya que me ha ido perfectamente, y compruebo mientras tanto que estoy ahora en una cueva totalmente distinta: hay muchas formaciones, coladas, y las dimensiones han crecido de golpe.

El Agujero Soplador, sin mayores problemas.

El nacimiento de Rebeca.

Descendemos las rampas agarrándonos a cuerdas fijas de ayuda. Los espacios van creciendo a cada paso. Llegamos enseguida al balcón sobre el Lago de la Tirolina, que ni es lago ni tiene tirolina. Debemos buscar un pasamanos que se inicia entre bloques en la pared derecha. En el tramo más largo, encontramos una placa sujeta al aire; habrá saltado recientemente. Aún así, lo pasamos sin mayores problemas, salvo si mides menos de 1,70, en que tienes que buscarte mañas para poder desanclarte en ese nudo intermedio. Ya desde abajo, comprobamos que el lago no es mucho más que un charco, y también que el nivel del agua sube muchos metros en caso de crecidas. Mientras pasan mis compañeros, aprovecho para cambiar la batería a mi frontal. He llegado hasta aquí con una sola; la segunda me dará para el resto de la cueva sin problemas. Agradezco el consejo de Carolo sobre este frontal.

El "Lago" de la "Tirolina".

Unos metros más y, tras descender el último pozo antes de los lagos, encontramos los flotadores, nuestros neoprenos y una botella con agua. Josean, Miguel, Ana y Álvaro han cumplido perfectamente. Son las 23:30.

Nuestros compañeros hinchando y porteando mientras nosotros andábamos por las galerías de Cueto.

Llega otro momento temible: ponerse el neopreno. Me hacía a la idea de una experiencia traumática, como cuando me tocó ponérmelo mojado, con 3ºC y cayendo aguanieve, para el Ossoue superior. Pero el neopreno está seco y la temperatura es muy agradable. De hecho, es de las veces que más a gusto me lo he puesto, sin exceso de frío ni de calor.

Neoprenos y barquitos.

Montamos a Rebe en el barquito de Josean, con la idea de que ella lleve las sacas. Esteban, Pablo y yo pasaríamos montados en los flotadores. El objetivo es mojarnos nosotros y los trastos lo menos posible, para no cargar el peso extra del agua hasta la salida. Pero no caben las cuatro sacas, que ahora deben llevar también nuestra ropa y equipos, y los compañeros inician la navegación por el primer lago. Como veo que el lago es largo, me monto en el flotador con la saca para no hacer volver a Rebe a buscarme. Empiezo la travesía agarrándome a la cuerda de tender con una mano, ya que la saca me impide cogerla con las dos. La cosa no es muy estable, pero voy avanzando. Sin embargo, me voy ladeando cada vez más. Trato de dar un tirón lateral para enderezar la situación antes de rozarme con la pared, y naufrago. Hale, todo mojado. Pues nada, ya sigo nadando cómodamente. Monto la saca en el flotador y listo. Espero que no se haya mojado la ropa seca.

No sé si durante el naufragio o durante el porteo por los bloques entre los lagos, mi flotador se ha pinchado. La verdad es que no me importa en absoluto pasar nadando: el agua está fría pero hemos toreado en plazas mucho peores. Solamente noto frío de verdad en las manos. El segundo lago es el menos profundo, y lo cruzo sin barco, ayudando a Rebe a no rozarse contra las piedras.

Los lagos.

El último lago sí es bastante más profundo. Los viajes de Rebe son ahora de dos sacas, así que al volver me trae el flotador de Esteban. Esta vez sí lo uso, más que nada porque se avanza algo más rápido con él, gracias a la la cuerda de tender la ropa que hace de guía. Deshinchamos los flotadores y el barquito y seguimos el avance por el Cañón de Coventosa, que me encanta, con su suelo limpio y liso, hasta que llegamos a Las Marmitas. Aquí hay dos opciones: mojar todo, ya que las marmitas cubren y por como están dispuestas es casi imposible usar los barquitos sin pincharlos, o evitarlas por un pasamanos deshilachado y bastante atlético. Democráticamente, optamos por el pasamanos. Tras unas 15 horas de actividad, se nos hace fatigoso.

Seguimos con el neopreno puesto por otro tramo de cañón. Por un aliviadero lateral se va, de forma muy curiosa, gran parte del agua. Y un poco más adelante, lo que queda de río se cuela por una gatera bajo la galería principal. Ascendemos por un tramo seco. Estamos en la Sala de los 71. Un par de cuerdas evitan tramos de agua profunda. En uno de ellos, el pasamanos tiene un cable de acero, pero parece muy exigente y preferimos pasar pisando unos bloques sumergidos, sin que nos pase el agua de la cintura. Rebe opta por el pasamanos y demuestra que la opción acuática era mucho mejor.

Telita con el pasamanos. Mucho mejor por el agua.

Llegamos a La Playa. Neoprenos fuera. Una barrita más, ¿la última? Y un trago de agua. No hace nada de frío, me permito el lujo de quedarme un rato en pelotas para estar seco antes de ponerme el mono de nuevo. Ahora la saca pesa bastante más, con el neopreno mojado y mi cuerda también (no olvidemos que se mojó en mi naufragio). Ya que Rebe es la que conoce esta parte de la cueva, paso a ir cerrando el grupo, cosa que agradezco, porque mi ritmo se vuelve mucho más lento y torpe.

Una nueva instalación fija en pasamanos nos permite sobrevolar los impresionantes Gours. Llegamos a la cómoda Galería del Vivac, con bellas formaciones. Pablo y Rebe dicen que sólo es un aperitivo de otras zonas como la Sala de los Fantasmas. Una flecha hecha con piedras en el suelo nos encamina hacia un ascenso con cuerdas fijas en la parte superior. Rebe nos avisa que habrá que arrastrarse unos 3 metros. Pero al revés que todo lo anterior, que había sido mucho menos terrible de lo previsto, esos 3 metros nos parecen 30. Es más: diría que lo son. Ganas de matar a Rebe, pero no lo hacemos porque tiene la decencia de ayudarnos con las sacas.

Una última cuerda fija en bajada nos deja al pie de la última subida, instalada por nuestros compañeros. La cuerda de 30 m ha llegado justita, ya que hay un tramo largo en pasamanos de acercamiento a la vertical.

Una plasta de vaca en el suelo, bastante reciente, que demuestra que la historia de días atrás sobre una vaca espeleóloga era cierta. Un pasillo ascendente con fuerte corriente de aire, que seguramente da su nombre a Coventosa. Y un árbol, que es lo más curioso de encontrar dentro de una cueva. Pero es que ya no estamos en la cueva. Son las 04:40. Ya sólo falta caminar hasta el coche, que también nos espera donde estaba previsto. Y todavía me queda casi media batería del frontal.

Reflexiones

El principal baremo para saber si una actividad de este tipo nos ha gustado es la respuesta a la pregunta: "¿La repetiríamos?". Pocos días después, esta respuesta ya era un "Sí" rotundo. Es una actividad larga y dura, desde luego, pero llevadera dentro de lo que cabe. Y, sobre todo, es una travesía variada y preciosa. Antes de que alguien lea esto y se piense que es poco más que un paseo, debo repetir que todos los integrantes llevamos muchos años haciendo espéleo y tenemos una forma física por lo menos aceptable. Hemos tenido que bajar 580 m de pozos y superar innumerables resaltes, pozos y pasamanos, muy variopintos, durante, en nuestro caso, 20 horas totales de actividad (incluyendo aproximación y retorno).

El balizamiento merece un comentario específico. Se podría pensar que es hasta excesivo. En ningún momento cabe apenas una duda posible. Con mi respeto por los incidentes sucedidos (pues siempre hay un cúmulo de circunstancias), no entiendo cómo es posible perderse con el balizamiento actual. Ahora bien, comprendo que se haya preferido pecar de exceso, ya que eso permite evitar esfuerzos y tiempos adicionales (por dar rodeos para buscar el camino correcto) que, en una actividad tan larga, introducirían un serio factor de riesgo.

Otro comentario específico se merece la basura encontrada por toda la cavidad. Y no sólo hablamos de cuerdas viejas en Cueto, sino de botellas, envases, envoltorios... ¿Tanto cuesta llevarte ese plástico de pocos gramos a la calle? Me asomé por curiosidad a un pocete lateral de unos 40 cm de diámetro y 3 metros de profundidad y, en su fondo, había una lata vacía. Se me cayó el alma a los pies. Luego, que este tipo de actividades encuentra detractores. Normal, si no hacemos más que darles excusas. Los cuatro sacamos más basura de la que metimos.

Sobre nuestra gestión de la actividad, creo que la forma meticulosa de informarnos, prever cada detalle y abordar el conjunto de la actividad fue la acertada, pecando levemente de precavidos. Con todo ello, como conclusiones principales:
  • Yo llevé comida en exceso. Agradecía tremendamente la empanada, y me la acabé, pero no toqué una bolsa de frutos secos que llevaba. La tartera de la empanada dificultaba optimizar el volumen de la saca.
  • Precisamente el volumen, más que el peso, es un factor limitante. Acertamos llevando bolsas estancas en lugar de bidones. Otro acierto fue llevar 2 botellas de un litro, en lugar de una de 2 litros.
  • Llevar cuerdas de 60 metros sólo aporta peso y volumen. Toda la travesía es realizable con cuerdas de 50 metros.
  • Optamos por botas de barrancos, no las de goma de toda la vida. Caminamos cómodos y sin peso adicional tras los lagos. Otro acierto.
  • Contar con un equipo de apoyo que meta los neoprenos es una excelente idea. Permite llegar a los lagos con buen nivel físico todavía, por no tener que cargar con ellos.
  • Sobre el tema de flotadores, no tenemos reflexión unánime. Si las bolsas estancas son totalmente confiables, el tiempo necesario para gestionar las navegaciones y, sobre todo, recorrer los pasamanos que evitan las marmitas y otros puntos profundos puede no compensar. Realmente, en las operaciones de embarco y desembarco se terminaron mojando bastante la mitad de las cuerdas. Yo estuve nadando y sólo tuve frío puntual en las manos, perfectamente soportable. Mi opinión personal es que no los llevaría, nadando siempre que fuese posible en lugar de recorrer pasamanos. La cuerda de tender fija facilita mucho el cruce de los lagos con ambas opciones. Mis compañeros repetirían con flotadores.
  • Sobre la ropa, íbamos con una capa térmica interior y el mono de cordura exterior. Pasamos algo de calor al movernos y quizás estuvimos cerca de pasar frío en las paradas más largas (no más de 30 minutos). No llevamos prendas adicionales y no las necesitamos. Tampoco rodilleras ni coderas.

Agradecimientos

A Esteban, Pablo y Rebeca por acompañarme en esta travesía, que llevaba pendiente desde hace tantos años. Y por hacerlo con mucho humor y baterías de sobra.

A Álvaro, Ana, Josean y Miguel, no sólo por instalar el pozo de Coventosa y meternos los neoprenos y flotadores, sino por amoldarse todo el fin de semana a nosotros.

A Lorena, por quedarse en casa con los enanos para que yo pudiese cumplir este sueño.

A todos aquellos que han instalado y balizado el recorrido. A la gente del Viana por sus topos y descripciones.

A Carolo, por su gran consejo sobre el frontal: ¡toda la travesía con una batería y media!

A Margari, por alargarnos la hora de salida de la Casuca para que pudiésemos dormir un poco más.