domingo, 23 de junio de 2024

Barrancos en Alpes Marítimos

Este año no podíamos irnos de viaje de barrancos a finales de verano. Teniendo que hacerlo en junio, era la ocasión ideal para recorrer los Alpes Marítimos, ya que en pleno verano el agua escasea por allí. Solamente pudimos juntarnos tres esta vez: Ángel, Esteban y un servidor. Así que, con un solo vehículo, tocaba ingeniárselas en alguna de las aproximaciones.

Teníamos una idea bastante clara del viaje, con barrancos obligatorios como Maglia, Raton o Riolan, y dos posibles grandes descensos: Male Vesse o Bendola. Así que teníamos dos grandes condicionantes de partida:

  • Evitar Maglia y Riolan en fin de semana, por estar probablemente masificados. No queríamos dejarnos 6-7 horas en algo que se puede hacer en 3.
  • Sólo podríamos hacer uno de los grandes, para no hipotecar el resto de la semana por tiempos o cansancio acumulado.
Además de consultar descente-canyon, yo tenía en casa el libro 100 beaux canyons méditerranéens (Fiorina & Jourdan). No tiene el nivel de detalle de ElDorado Ticino, ya que no describe en absoluto los descensos. Al menos sí las aproximaciones y tiene topos. También da una valoración subjetiva a los descensos, de 1 a 4 estrellas.

Para decidir cuál de los grandes, me puse en contacto con el refugio de l'Estrop, donde se suele hacer noche para acceder a Male Vesse. Me confirmaron que aún quedaba mucha nieve, y veían imposible poder entrar hacia el 20 de junio. Así que nos quedamos con la Bendola.

Con esto, el plan quedó esbozado así:

  • Sábado 15: algo sencillo.
  • Domingo 16: Bendola
  • Martes 17: Maglia
  • Miércoles 18: Bagnolar, Imberguet
  • Jueves 19: Aiglun, Riolan
  • Viernes 20: Raton
  • Sábado 21: Amen

Barrancos sobre mapa de Google: 1: Bès-Courmes. 2: Bendola. 3: Maglia+Morghé. 4: Imberguet. 5: Bagnolar. 6: Riolan. 7: Aiglun. 8: Raton. 9: Amen.

Para ello, cogimos una casa durante tres noches en Saorge, otra noche en La Bollène-Vésubie y otras tres noches en Entrevaux.


Sábado 15: Bès-Courmes + Loup

Este año toca la furgo de Ángel. Tras salir de trabajar, nos recoge en casa de Esteban, después de cenarnos unas hamburguesas. Con un viaje notablemente más corto que el anterior, no hay mucha prisa: esta vez "sólo" nos esperan 1300 km. La ruta es bastante clara: o bien por Irún y Toulouse, o por la C25 en Cataluña. Mientras el gasoil esté notablemente más barato en España, y no teniendo que pagar ningún peaje hasta La Junquera, preferimos hacer unos pocos kilómetros más.

Para empezar con los barrancos, elegimos el Courmes y su cascada final de 60 metros, cerca de Niza. No esperamos mucha agua, y se puede continuar por el Loup, que es un río con pequeños resaltes.

La cascada grande cae justo al lado de la carretera, y justo vemos un grupo de empresa rapelando por un lateral, desde un mirador frente a ella. Como de costumbre, subimos el coche a cabecera y ya nos preocuparemos después de volver a buscarlo. Es obligatorio aparcar en la entrada del pueblo. Desde aquí, lo cruzamos a pie y descendemos una empinada carretera, que nos deja a 1 minuto del inicio del descenso. 10-15 minutos andando en total.

Ambos barrancos, con los caminos de aproximación y retorno.

El descenso empieza inmediatamente. Nos encontramos un caudal bajito pero suficiente. Los rápeles se suceden con bastante continuidad, entre bosque.

Entrada inmediata en materia.

A pesar de que no nos damos prisa, enseguida alcanzamos la cascada de 60 metros. Optamos por alcanzar la reunión izquierda. Desde ella, un primer canalón sobre toba nos deja en un tramo aéreo de 20-30 metros. El agua se pulveriza sobre nosotros mientras nos descolgamos, con el clásico arcoiris. ¡Vaya pasada de rápel!

Tramo central.

En la base, alcanzamos un grupo de empresa que se dispone a pasar por el puente bajo la carretera. Decidimos continuar por el Loup, ya que nos hemos ventilado el Bès-Courmes en poco más de una hora. Un par de rapelillos inclinados nos dejan en el río. Ahora ya sí hay más agua, aunque también mucha anchura de cauce.

Adelantamos al grupo aprovechando que se entretienen jugando en un pequeño tobogán. Vemos cómo alguno se da un pequeño paseo submarino antes de salir a la superficie: cuando se concentra, el chorro empuja bastante.

La garganta continúa con bastante tramo de andar, intercalado por algún pequeño salto no obligado. Varias parejas o familias están por las orillas bañándose o disfrutando del día. Al cabo de un rato, vemos que por fin la garganta se encaja en un pasillo de unos 150 metros. Sin embargo, el agua ahí abajo está blanca; empuja muy mucho. De hecho, las empresas se salen poco antes. No estamos muy convencidos de meternos en berenjenales, así que decidimos salirnos también a la carretera por la izquierda.

Como no hicimos fotos en el Loup, pongo una foto de naturaleza.

Ahora toca subir a por el coche. Dejo a Esteban y Ángel cuidando las cosas y remonto la carretera por el túnel hasta la gran cascada. Un poco más adelante, justo antes del puente sobre el Loup, sube una senda sobre las protecciones anti-desprendimientos. La senda sube zigzagueando, con algún tramo "protegido" por cable e incluso en alguno toca ayudarse con las manos. No es superevidente, pero se sigue sin problema. Cuando por fin alcanzo el inicio del barranco, todavía me queda remontar otros 10 minutos hasta el coche.

De vuelta en la autopista, hacemos caso al GPS, que nos manda por Italia. Dejamos la autopista en Ventimiglia y subimos por el valle del Roya, entrando de nuevo en Francia, hasta Breil-sur-Roya. El siguiente pueblo es Saorge, pero justo antes paramos en la carretera junto al final del río de la Bendola para comprobar el caudal, ya que no teníamos ninguna referencia. Lo que vemos nos tranquiliza: hay muy poca agua como para que más arriba vayamos a tener ningún problema.

Final del río de la Bendola.

En Saorge no se puede meter el coche, ya que la mayoría de las calles no llegan a los dos metros de anchura. Así que hacemos relevos hasta la casa, en el centro. ¡Oh, sorpresa! La combinación que nos han dado para coger la llave no funciona. Llamamos al teléfono de contacto, y nada. Preguntamos al tendero de enfrente, y consiguen contactar con la madre del dueño. Habían cambiado la clave y no se habían puesto de acuerdo entre ellos. En fin, una valiosa hora de descanso perdida...


Domingo 16: Bendola integral

El día más serio de la semana empieza antes de las 5 de la mañana. Habíamos contratado el taxi de Franck Panza para que nos recogiese en Saorge, en la baliza 161, a las 05:30 y nos llevase hasta los antiguos barracones de Cima Marta, justo en la divisoria entre Francia e Italia. Nos esperan 1500 m de desnivel, 15 km de recorrido más retorno y unos 40 rápeles. Y no llevamos material para el conocido vivac; confiamos en nuestra agilidad en verticales para conseguir terminarlo en el día.

Un hombre de cierta edad nos espera junto a su Range Rover de los antiguos (No me enteré si era el propio Franck, su padre o su abuelo). Nos lleva cerca de hora y media recorrer los 35 km de aproximación. Son 180 €, pero no había muchas más alternativas. ¡Y pensar que en el Ticino pagamos lo mismo por hacerlo en helicóptero! En el viaje, nos habla de los rifirrafes durante la guerra en este valle medio italiano medio francés, y también nos cuenta que en 2020 hubo unas crecidas brutales que se llevaron la mayoría de los puentes (las que afectaron a barrancos como la Maglia, que al parecer perdió parte de su encanto).

Bendola con aproximación, retorno y taxi sobre Mapy.cz.

Nos bajamos del coche en cabecera. Una brisa más que fresca sopla desde Italia. Comenzamos inmediatamente a descender por el valle, sin senda marcada. El cauce lleva poquita agua. Por fin alcanzamos un pequeño encajamiento, donde vemos una cabecera. ¿Por qué no empezar ya? Son las 8 de la mañana. El rápel es destrepable, el agua está bastante fría. Tratamos de hacerlo rápido más que bonito y seguimos caminando.

Allá vamos...

¿Dónde estará el primer rápel?

Hay que andar un poco hasta encontrar el siguiente rápel, pero poco a poco, los resaltes se van juntando. Resaltes, porque no siempre se rapela. Si no encontramos reunión, es que se puede destrepar. A medida que avanzamos, el agua va desapareciendo. Ya sin agua, encontramos un nevero que tapa el fondo del valle. No hay problema, porque un precioso túnel de nieve nos permite el paso. Un segundo nevero un poco después ya obliga a gatear o a esquivarlo por los laterales. Además ha arrastrado ramas y tierra y ha dejado el barranco hecho una porquería. Y encima, las pocas pozas que encontramos empiezan a tener un colorcillo ya sospechoso. No huelen mucho, pero no apetece meterse.

El primer nevero.

Nos tiramos unas cuatro horas rapelando, andando y destrepando. Creemos que vamos a buen ritmo, pero no hay que olvidar que estamos en terreno desconocido. Nos llama la atención el tamaño de los hierros en las reuniones: los químicos son de doble agujero, cogidos entre sí con unas cadenas de tamaño ancla de barco. ¡Ya son ganas cargar con todo ese hierro por aquí, pero agradecidos, oye!

Toma cadenote.

Hacemos una parada para comer junto a un panel que indica punto de rescate con helicóptero. No estamos seguros al 100% de en qué punto de la topo estamos. Nos debatimos entre descansar un ratito o seguir sin perder tiempo. Aún quedan unos dos tercios.

De los pocos rápeles encadenados.

Uno de los dos rápeles más largos del día.

Poco a poco reaparece el agua, en torno a la surgencia indicada en la reseña. Por aquí está uno de los rápeles más bonitos del descenso, con un canal tipo tobogán que cae a una gran badina, sobre la que cuelgan unas formaciones de toba. Estamos en la parte más interesante del descenso, ya que el agua le da otro color al asunto.

La badina con las tobas colgadas.

El caudal aumenta poquito a poquito.

Casi siete horas después de comenzar, llegamos al primer vivac. No es más que una serie de cuerdas a modo de tendederos, restos de fogatas y un recipiente para hervir agua que ha vivido demasiadas batallas. Seguimos, y poco después vemos la famosa badina con forma de corazón desde lo alto de un rápel de unos 10 metros. Unas cuerdas fijas bajan por la ladera derecha. Me da curiosidad ver el vivac "bueno", así que subo a inspeccionar. Este sí parece más acogedor, organizado en torno a un fogón central de piedras apiladas. Incluso hay unas colchonetas y lonas en bolsas de plástico, además de alguna cazuela. Pero nosotros vamos de paso, así que vuelvo al cauce inmediatamente.

Hay que trepar un poco para llegar al vivac.

La reseña que tenemos termina aquí, así que me la juego a quitarme el arnés. Desde la base del vivac, Ángel y Esteban optan por rapelar, mientras yo opto por el salto.

Mi apuesta de quitarme el arnés se confirma: andar, destrepar, nadar en algún punto... Nada que necesite el uso de cuerda. Y así, con un párrafo, resumo cinco horas, hasta que hacia las 8 de la tarde llegamos al puente de Castou. Solamente un tramo donde la garganta se estrecha y se vuelve más acuática merece un poco la pena, aguas abajo de la pasarela que indica la entrada del tramo "medio".

Zona más encajada en el tramo "intermedio".

Ya sólo nos queda una hora de pateo por una pista para llegar a Saorge, donde entramos con la última luz del día.

Lo hemos conseguido. La Bendola en un día. Y creemos que hemos acertado con la opción. Es una señora paliza, pero si después de pasar la noche nos encontramos con un total de 0 rápeles, no sé qué nos habría parecido. En global, ha sido más bien una decepción. Esperábamos algo más espectacular, y pocos rápeles pasaban de "interesantes". Además, el tramo desde el vivac resulta extremadamente pesado. Es más una aventura en la montaña que descenso de barrancos estrictamente.

Y el sapo consiguió soltarse.


Lunes 17: Maglia + Morghé

Arrancamos sin prisa. Estamos bastante tocados de la Bendola, hasta el punto de que Esteban dice que se toma un día de descanso. Así que le pedimos que nos deje a Ángel y a mí en el aparcamiento del inicio de la Maglia, quedemos en el inicio del Morghé para comer juntos, y luego nos recoja en La Giandola, al final de la Maglia.

Descensos, accesos, aproximaciones y aparcamientos de Maglia y Morghé, sobre Mapy.cz.

Descendemos la empinada senda hasta el cauce. Bajo el agua, la roca tiene ese color clarito amarillento como en Guara, pero enseguida nos damos cuenta de que no agarra igual que en Guara; ¡alguno se ha dedicado a enjabonarla!

Tras un tramo de pateo, pronto entramos en faena. El caudal es alto, esperábamos un descenso sobreequipado y nos encontramos con las instalaciones necesarias, poquito más o menos. De hecho, con la fuerza del agua y lo que resbalan algunos puntos, sorprende que algunos resaltes no estén instalados.

Primera gorga, sinuosa y de resaltes encadenados.

Tramo más abierto, tanto o más resbaladizo.

Confirmando los temores, nos encontramos con un descenso chulo aunque no espectacular. Hay mucho bloque en las recepciones que nos quita la idea de casi cualquier salto. Además, el agua tiene algo de turbidez. Alguno de los rápeles nos pide un poco de malabarismo para no comernos el chorro de lleno, lo que le da un poco de salsita al asunto.

Ni plantearse el salto.

Alcanzamos la desembocadura del Morghé y enseguida nos metemos en la famosa cueva. Pequeños rayos de sol consiguen iluminar los chorros de agua que gotean de las paredes. Cae agua por todos lados y en los recovecos de las paredes hay formaciones como si fuese una cueva de verdad. Los comentarios no exageran: es espectacular. Sin duda, uno de los rincones más bonitos que he visto en mi vida en un barranco.

La foto no consigue reflejar la realidad.

Pero ahí no acaba todo, porque a continuación viene un rápel oscuro. Esta vez sí estamos realmente en cueva. Y además el agua empuja, con un sonido ensordecedor. ¡Esto es lo que nos mola, qué pasada!

Inicio del rápel a un agujero oscuro y estruendoso.

Salida del tramo oscuro.

El cauce se abre y el descenso se convierte de repente en un río anodino con bloques. Llegamos a la salida hacia Morghé. Esperamos una subida infernal y no es más que una subida durilla. Pero salimos a la carretera bastante más abajo de lo que creíamos. Esteban se había ido aún más abajo, y tarda un rato en encontrarnos.

Mientras comemos junto al puente de inicio del Morghé, le convencemos de que nos acompañe. No puede perderse ese tramo de la Maglia.

Morghé es un barranco mucho más vertical, con poca agua y rápeles estéticos. Y un montón de renacuajos. Estábamos ya observando que en esta zona abundaban; esto ya es por demás. No creo exagerar diciendo que en toda la semana llegaríamos a ver un millón tranquilamente.

Uno de los primeros rápeles.

Algunos de los rápeles son muy estéticos.

Tras el encadenamiento inicial, llegamos a un rápel inclinado que precede a la cascada de 58 metros. Y va el ocho y se me cae justo ahí. ¡Qué manera de rebotar! Se hizo la cascada de tres saltos. Cuando lo recogí no parecía tan magullado, pero habrá que pensárselo antes de volver a colgarse de él.

Recepción del R58, que se puede fraccionar.

Los últimos rápeles son más tendidos, y nos dejan poquito antes de la cueva de la Maglia.

En nuestro segundo paso, la luz del sol ya no entra hasta el agua, ya no tenemos ese efecto tan mágico. Sigue siendo impresionante. Y el rápel oscuro, es aún más oscuro y tenebroso. Menos mal que lo conocíamos ya, porque esta vez sí era para hacerse caquita (Ojo: llevábamos frontales pero no nos dio la gana sacarlos).

Segundo paso por la cueva.

Después de dejar atrás la escapatoria del Morghé, quedan unos pocos rápeles más. Lástima de pozas llenas de bloques, porque este barranco tuvo que ser todo un paraíso de saltos. 

Agua blanca, pero pocas veces cubre.

Uno de los últimos resaltes en una presa en realidad.

Finalmente el cauce se abre, hay un panel de rescate para el helicóptero y consideramos que el descenso ha terminado. Buscamos la senda por detrás del panel, no muy evidente al inicio, pero que conduce en pocos minutos al camino que recorre la ladera izquierda. En este punto nos separamos: Ángel y Esteban bajan hacia el pueblo con todos los trastos, y yo me subo con la llave del coche y una botella de agua. Un cartel indica que el camino está prohibido por desprendimientos. En efecto, en varios puntos la montaña ha caído sobre él, pero el paso es factible con mucha precaución, tanto por no caerse como por no tirar piedras que seguro llegarían al cauce.

Ese camino se bifurca en una senda que baja al cauce. Pero en este no se ve la continuación al otro lado. Además hay hitos tanto río arriba como abajo. Decido remontar un poco y no veo senda que suba. Más o menos enfrente de donde he aparecido veo una poco marcada que sube por el bosque y decido seguirla. Se va desdibujando poco a poco y la pierdo totalmente cuando ya estoy bastante arriba, así que decido seguir subiendo, entre lapiaces y matojos, hasta que por fin aparezco todo magullado en una finca privada. Me veo obligado a saltar la valla para alcanzar el camino. He aparecido como medio km más arriba de donde quería. En fin, mejor no contárselo a nadie...

Maglia, con caudal alto, y Morghé, estético y vertical, hacen una combinación perfecta, que nos deja buen sabor de boca.


Martes 18: Bagnolar

Toca cambiar de casa. Llevamos ganado un día al plan previsto. Para el miércoles teníamos Imberguet y Bagnolar. Como seguimos con cansancio acumulado de la Bendola, decidimos hacer sólo uno de ellos. Dudando entre los dos, optamos por Bagnolar.

La ruta nos lleva por el famoso Col de Turini. Hace calor. Aparcamos en Pélasque, incluso Google sabe cuál es el sitio de aparcar para el Bagnolar.

Ya a pie, seguimos una acequia hasta que la senda nos obliga a dejarla para bajar al cauce del Figaret. Seguimos la senda marcada, que ahora empieza un buen ascenso en zigzag. Tras dar un respiro en unos prados, una última subida nos deja en un collado desde el que quedan un par de minutos hasta el cauce. En este collado dejamos las marcas amarillas.

La aproximación es bastante evidente. La senda abandona la acequia al cruzar el Balaï. Se puede seguir por ella para no bajar y subir. Imagen de Mapy.cz.

El descenso empieza con un manso y bucólico arroyito en bosque. Las paredes se juntan pronto, aunque sin ofrecer rápeles ni resaltes importantes. Se trata de andar, con algún pequeño destrepe. Bonito, sí, aunque un poco anodino. Sin embargo, tras un recodo del valle, el suelo desaparece bajo un bloque y se abre una oscura garganta de repente. Un bonito rápel nos mete en lo que casi es una cueva, y dentro de ella, tobogán, salto e incluso alguna formación calcárea. ¡Qué lástima que no haya apenas agua! ¡Y qué lástima que ese encajamiento sea tan corto! El cauce vuelve a abrirse en un nuevo remanso de paz.

Comenzando el descenso.

Paseo acuático por el bosque.

La entrada a la primera gorga.

Desde dentro del primer inframundo.

Badinas llenas, cada vez con menos caudal.

Seguimos caminando, el agua se ha perdido. De hecho, hay alguna marmita casi trampa completamente seca. Dejamos dos escapatorias a la izquierda antes de encontrar un nuevo rápel, que indica que entramos en el segundo encajamiento. Esta vez no invita a meterse en el agua: está mucho más oscura y tiene un cierto olorcillo poco apetecible. Pero no queda otra... En este caso, quizás se podría haber hecho algún salto. Sin conocerlo, sin ver y con ese olor, no es opción, salvo los evidentes.

No queda otra que meterse en el agua quietecita.

El tramo central de este segundo encajamiento no tiene nada que envidiarle al primero, con rápeles y saltos en una nueva gorga oscura. Lástima que el agua no corra nada. Está claro que es un descenso que hacer en primavera.

La segunda gorga con agua tiene que ser maravillosa.

El cauce se abre ante una nueva badina tremendamente oscura. Parece que se va a poner a hervir. Es la peor de todas, por aspecto y olor. Y a Ángel no se le ocurre otra cosa que tirarse el primero en bomba para levantar todas las hojas y demás materia que estaba en el fondo en descomposición. ¡Será asqueroso, el tío!

Así que tras el último rápel, a enjuagarnos nosotros y los neoprenos en el Figaret, que sí lleva agua fresca.

Basta con remontar unos metros este último para encontrar un cartel y una pequeña senda que nos deja en el camino de aproximación.

La casa de esta noche está en La Bollène-Vésubie. Aunque sólo tiene una cama doble y un sofá-cama también doble, tiene un gran jardín en el que podemos poner a secar los equipos. Bueno, más que un jardín parece un campo de maniobras de retroexcavadora. Hay que admitir que la dueña nos lo había avisado. Como está algo alejada del centro del pueblo, hacemos pereza y no damos una vuelta.


Miércoles 19: Raton

De nuevo a empaquetar todo para cambiar de alojamiento. La amenaza de lluvia para la segunda mitad de la semana se va confirmando: esta noche llega un primer frente, que promete dejarnos un jueves y viernes, al menos, bastante húmedos. Ante la perspectiva de que se nos cierren posibilidades, decidimos agotar el último día de buen tiempo para asegurarnos Raton, otro de los platos fuertes de la semana.

Sobre el papel, Raton es un barranco exigente, relativamente largo y sin apenas escapatorias. Son famosas sus crecidas súbitas en caso de tormentas. Y para terminar de ponerlo fácil, hay que elegir entre combinación de coches o una escabrosa subida de gran desnivel, a pleno sol y con moscas pesadas. Como sólo tenemos un vehículo, la opción es clara; lo de siempre: dejamos la furgo arriba y ya subirá uno solo a buscarla, con la llave y una botella de agua.

De camino a Beuil, llamo a la oficina de turismo de Entrevaux, que es quien gestiona nuestro próximo alojamiento (curioso que sea un ente público). Me dan un código con el que abrir la puerta, porque prevemos llegar después de su hora de cierre.

Desde Beuil, cogemos la pista que se adentra en el bosque, dejando a un lado el telesilla Eguilles de la estación de esquí. Es una pista larga pero en buen estado. Únicamente cuando ya llegamos al valle del Raton, poco antes de la aldea abandonada de l'Illion, está algo más bacheada y erosionada.

Ahí se ve el rodeo con el coche y la escabrosa subida a pie, sobre imagen de Mapy.cz.

Estamos preparándonos y aparece un paisano que va a hacer el descenso en solitario. Le preguntamos si podría ayudarnos con la combinación de coches, pero dice que no porque después de Raton se hará también el Challandre. Mala suerte.

Lo más característico del terreno es la roca roja. Parece que te lo va a pringar todo de arcilla, pero es limpia.

La aproximación a cabecera es clara sobre el papel; sobre el terreno, no tanto. Al principio va todo bien, con muchos hitos que marcan la ruta, ya que no hay una senda clara. Pero al acercarnos al cauce, perdemos el rastro, ya que la línea de hitos zigzaguea demasiado y es fácil perderla. Encontrar la bajada al cauce tampoco nos supone más de 15 minutos de retraso, la verdad.

Ya disfrazados, empezamos con un cauce subexcavado unos pocos metros en el fondo del valle. Poca cosa, pero lo suficiente para que una escapatoria no resulte tan evidente; desde luego, no imposible. Eso sí, la roca está untada con jabón. Lo húmedo resbala; las zonas bajo agua corriente, también. ¡Incluso lo seco también resbala de forma traicionera en ocasiones! Me recuerda bastante al Mean Martin, que nos resultó tan peculiar. Y lo más característico de todo es la roca roja, que hace tan famoso este descenso.

Rápeles pequeños, o muy pequeños.

El caudal es normalito, ni flojo ni fuerte. Podemos bajar por el activo sin que moleste o empuje en ningún punto. Aún así, nuestra progresión no es tan rápida como de costumbre por lo resbaladizo. De vez en cuando nos planteamos si un resalte será destrepable; al no encontrar instalación, tendrá que serlo. Los rápeles están numerados, aunque se observa alguna cosa rara puntual en la numeración, debido sin duda a alguna crecida que ha añadido o eliminado algún rápel.

Uno de los pasos más característicos es este estrecho pasillo.

No hemos llegado a la mitad del descenso y empiezan a caer unas gotas. Es poca cosa, pero la mayor fama del Raton nos hace preocuparnos. ¡Menos mal que todas las previsiones daban las primeras lluvias bien entrada la tarde! Son sólo dos gotas y enseguida cesa la lluvia. Decidimos no parar hasta la escapatoria que marca la mitad del descenso.

El descenso es bastante continuo, sin tramos largos de andar.

El caudal aumenta un poquito progresivamente según avanzamos, gracias a algún pequeño aporte. Sigue siendo algo muy normalito. La morfología del cauce es muy constante: todos los rápeles son pequeños, raro es el que pide más de 15 metros de cuerda, y cuando sucede es porque se encadenan varias marmitas. La progresión es muy física por lo resbaladizo: hasta cuesta salir de las marmitas en que cubre más de la cintura.

De algunas marmitas cuesta salir de verdad.

En la segunda mitad del descenso encontramos dos grandes caos de bloques, en los que pequeños hitos nos marcan el camino, sin dificultad para sortearlos. Se va acercando el final, la numeración descendiente de los rápeles ya sólo tiene un dígito.

El caudal va subiendo según se acerca el final. Mejor, jejeje.

Y cuando por fin se acerca el número 1, ¡no está! En su lugar, el puente de la carretera. Bueno, no pasa nada, llevamos ya unos 40. Uno más o menos, no se nota. Hemos tardado unas 5 horas en el descenso, el cielo está cada vez más amenazante. La sensación es de alivio.

Ahora toca subir a por la furgo. Como yo ya me he comido dos pateos y Esteban venía a este viaje un poco roto, se ofrece Ángel. No hay senda balizada ni apenas indicaciones, salvo que hay que trepar por el muro de una fuente y seguir recto hacia arriba por una pedrera empinada, de las de tipo escaleras mecánicas, un paso hacia arriba, dos hacia abajo. En alguna reseña había leído que se puede evitar escalar el muro si sigues 20 metros más arriba y subes por detrás de una caseta de servicio. Así que Ángel se va por allí. Nos comparte su ubicación, por si acaso.

A la izquierda, la fuente. La subida arranca justo en su vertical. A la derecha, caseta que evita trepar el muro de la fuente. Foto de Google.

Un buen rato después, vamos viendo en el móvil que Ángel no está subiendo por donde se supone que va la senda. Quizás sea por la mala cobertura... En un momento dado, nos dice por guasap que está perdido y enriscado. Él nos ve a nosotros, pero nosotros no lo vemos. No podemos indicarle hacia dónde podría ser. Aparece entonces el barranquista que habíamos visto por la mañana. Nos dice que es guía local, que había venido a verificar los descensos, y nos explica por dónde se sube, y que no tiene pérdida. Evidentemente, Ángel no ha ido por ahí. No podemos hacer nada salvo confiar en que pueda bajar de nuevo. El objetivo de llegar al coche ya es secundario. No sabemos por dónde ha subido, así que no podemos ir a buscarlo con cuerda o cualquier otra cosa que pudiese ser de ayuda. Llueve, moderadamente.

Un rato después, vemos aliviados que vuelve hacia el puente. Está completamente magullado y empapado. Le contamos lo que nos ha dicho el guía y, evidentemente, no tiene ninguna gana de volver a intentarlo. La opción de buscar alguien que nos lleve hasta la estación de esquí es muy lenta, porque aunque encontrásemos a alguien, luego hay cerca de dos horas de pista. Así que me toca. Cojo la llave, el móvil, un frontal y una botella de agua, y me voy. Subo por detrás de la caseta y veo lo que parece una senda que sigue recta, seguramente sea de animales que bajan al río. Sin embargo, yo me desvío unos 15-20 metros a la izquierda a coger la vertical de la fuente. Y ahí aparece la famosa pedrera, que no es más que restos de movimientos de tierras para una canalización.

En rojo, la subida infernal. En amarillo, la zona por donde debió de andar Ángel. Imagen de Mapy.cz.

La subida es sencillamente infernal. Hay un par de tramos donde me puedo agarrar a un cable desenterrado, pero en general se trata de conseguir afianzar cada paso para no resbalar hacia abajo por la fuerte pendiente. No me lo quiero ni imaginar con la mochila llena en la espalda. La primera parte es un tramo recto inicial que se hace interminable. Cuando empieza a girar un poco a la derecha, parece que quiere ir suavizando. Hasta que no alcanzo una especie de collado, no se convierte en una subida dura "convencional". Tras 55 de los más fatigosos minutos de mi vida, llego a la furgo. Ya sólo me queda recorrer de vuelta los 17 km hasta el puente del Raton.

Llegamos a Entrevaux de noche, y lloviendo. Encontramos nuestro alojamiento, justo encima de un antiguo molino reconvertido en pequeño museo. Introducimos el código y la puerta sigue bloqueada. Sí que hace el sonido de apertura, pero debe de haber algún cerrojo echado. No hay ninguna ventana abierta ni forma de acceder al interior. No queremos reventar la cerradura, porque seguramente nos la querrán cobrar. La oficina de turismo está cerrada y no hay ningún teléfono de contacto. En la página de Gîtes de France donde hice la reserva no hay ningún teléfono en que atiendan a esas horas. Nadie de los que preguntamos sabe dónde localizar a alguien de la oficina de turismo. Y la policía nos dice claramente que no va a mover un dedo para ayudarnos. Por último, preguntamos en el hotel Vauban si conocen la forma de contactar con alguien. Tampoco hay suerte. Así que les pregunto por el precio de una habitación triple. Al dueño le damos algo de lástima y nos la rebaja un poco: 90 €. Son casi las 22:00, la cocina ya está cerrada. Encima nos toca cenar comida fría de ataque. En fin...


Jueves 20: descanso

Con el mal humor de no poder cenar ni dormir ni desayunar según lo planeado, nos plantamos en la oficina de turismo a primera hora. Cuando le explico lo sucedido a la empleada, coge la llave del alojamiento, cierra la oficina y nos acompaña hacia allí. Supongo que pensaría que no supimos abrir la puerta. Llueve bastante. Al llegar, le explico lo que hicimos, todo correcto. Saca la llave y sólo con ella consigue abrir. No sabe dónde meterse. Nos pide disculpas: el personal de limpieza había cerrado con tranco. Le explico que, además de las molestias causadas, hemos tenido que pagar una habitación de hotel. Nos contactaría cuando le explicase el problema a la agencia.

El centro de Entrevaux al pie del castillo y, en primer plano, el tejado de nuestra casa.

Con la lluvia y el cansancio acumulado, decidimos tomarnos el día de reposo y nos dedicamos a hacer turismo. Visitamos Entrevaux, un pueblo medieval bonito, con un puente muy característico sobre el río.

La entrada al casco antiguo.

Cogemos el coche y nos acercamos a ver las cascadas de Amen desde la carretera. No hay informes de que nadie las haya hecho esta temporada. El caudal parece alto y la roca tiene el mismo aspecto que el Raton.

Cascadas finales de Amen, desde la carretera.

También nos acercamos a ver una cascada cerca del pueblo. Resulta ser el Ray, con un géiser muy característico según las fotos, aunque ahora mismo no corre mucha agua. La mayor duda es la aproximación, que parece ser por una vira muy inclinada en mitad de la pared, muy expuesta a priori.

Y terminamos el día visitando Puget-Théniers, no muy interesante, la verdad.


Viernes 21: Imberguet

Por la noche ha estado lloviendo bastante. El sábado ya dan buen tiempo, así que reservamos Riolan para el día de vuelta, a riesgo de que haya demasiada gente por ser fin de semana. El río baja color gris, debemos descartar Amen. Así que nos decantamos por Imberguet que, aunque quede un poco lejos, parece una opción muy sensata, y de lo que mejor valoración tenía por la zona. Nos espera una hora de coche.

Pasamos por delante del Ray. El géiser está espectacular, perfecto de caudal. ¿Quizás a la vuelta? Llegamos hasta Imberguet y aparcamos donde se indica en las reseñas. Ya que estamos ahí, decidimos hacer también el superior, así que cogemos la senda evidente hacia cabecera. Esta vez no hay ninguna duda: subir hasta unas ruinas y, desde ahí, enseguida al cauce.

Aproximación, con y sin combinación de coches. Imagen de Mapy.cz.

El tramo superior tiene rápeles medianos, con toba y bosque. No está muy encajado. El caudal es bajo. Hacia la mitad, en un encadenamiento de dos rápeles, una captación se lleva el agua hacia la izquierda, aunque un poco más tarde reaparece. Alguna marmita es profunda, y se podría pensar en saltos o toboganes de cierta entidad. Como de costumbre, pecamos de precavidos, que no lo conocemos bien.

El primer rápel largo.

El primer tramo es abierto, con vegetación y rápeles arrampados.

Acercándonos ya al puente que divide los dos tramos, el cauce se vuelve más rectilíneo. Desde el puente, está prohibido pisar el agua durante 300 metros. En los resaltes hay unas grapas tipo vía ferrata para evitar el agua, aunque es casi imposible no meter el pie una o dos veces. No indican el final del tramo regulado, así que lo hacemos a ojo.

Tras ese tramo de bosque, el encajamiento comienza. Entramos en una gorga de cierta oscuridad, y los resaltes se encadenan sin descanso, todos de pequeño o medio tamaño. El caudal es muy justito. Y empezamos a saltar y saltar. Son saltos más bien pequeños, porque no lo conocemos y no se ve del todo bien, así que los más grandes los rapelamos, ante la duda. Esta garganta es un acuapark muy divertido. Sin conocerla, ya nos lo estamos pasando genial. Y además es bonita. El día está gris, lo que la hace un poco lúgubre; con el sol entrando tiene que ser preciosa.

Rápeles cortitos.

Garganta bien formada y encajada.

Encadenando rápeles.

Hacemos una parada para comer cuando la garganta se abre en una especie de sala. Después montamos un pasamanos para llegar a la cabecera del mayor rápel del descenso, que cae a una badina formada por una presa, con el agua lechosa. Desde aquí, unos pocos rápeles más nos dejan ya al borde del Vésubie, al que no hay que bajar. Una senda por la izquierda nos lleva a la pasarela por la que alcanzar la carretera.

El embalse lechoso.

Esteban se va encontrando mejor de sus males, así que se ofrece para ir a recuperar la furgo. Tiene que recorrer poco más de un km de carretera, con un túnel sin aceras, estrecho y con bastante tráfico. Se lleva un chaleco reflectante, un frontal y una buena dosis de suerte, esperemos. Tras cruzar el puente del Vésubie, una senda sube directamente en otro km escaso al pueblo donde hemos aparcado.

Ya de vuelta, vemos que el géiser del Ray ha bajado bastante. Nos planteamos atacarlo, pero lo expuesto de su aproximación no nos motiva nada y se va notando el cansancio acumulado.

El Ray. Se intuye su géiser.

Recibo una llamada de la oficina de turismo de Entrevaux. Aceptan reembolsarnos dos de las tres noches por la molestia ocasionada. Cubrimos la noche de hotel y algo más, así que aceptamos. Únicamente les recomiendo disponer un téléfono de contacto para caso de urgencias.


Sábado 22: Riolan

Toca recoger trastos y emprender el viaje de vuelta. Antes, queremos descender uno de los cañones más famosos de la zona, y de Francia: la Clue du Riolan. Esperamos encontrar mucha gente, veremos...

Llegamos a una pequeña explanada junto a la carretera, al inicio de encajamiento superior. Pretendemos hacerlo entero, a pesar de que mucha gente se salta el tramo inicial. Hay un par de coches, con todo el aspecto de barranquistas.

Los dos tramos de Riolan. Los posibles accesos, carretera y sendas están perfectamente marcados en este mapa de Mapy.cz.

Alcanzamos el río enseguida y comenzamos a caminar por la orilla. Hay huellas recientes. Llegamos al primer encajamiento, con un caos de bloques donde buscamos algún rápel. Recuerda mucho a descensos de Guara como algunas partes del Mascún, Oscuros, Peonera... Aquí adelantamos a un primer grupo.

El primer rapelillo.

Pasos bajo bloques y sifones, si se buscan.

El puente al final del primer tramo.

Enseguida termina este primer encajamiento y toca andar un cuartillo de hora por el río. Vemos más grupos pequeños que entran aquí al cauce. Adelantamos a otro grupo de empresa justo antes del primer rápel tras este "intermedio". La garganta se va encajando poco a poco, entre rápel y rápel hay tramos de andar o nadar un poco. En algunos puntos se convierte en un pasillo estrecho. El caudal es el ideal para disfrutar el descenso y la única pega es que el agua está turbia.

Pasillo con paso.

Entrada a uno de los pasillos.

Llegamos a un ensanchamiento del río. Hemos adelantado a otro grupo más y vemos a un montón de gente haciendo un descanso. Un guía joven, simpático y casi tan atractivo como yo, nos pregunta si vamos a parar o no. Nos pregunta si nos gusta, si lo conocemos y, al decirle que no paramos todavía, nos indica dónde saltar en la siguiente marmita, ya que la turbidez impide sondear "a vista". Gracias a él conseguimos el salto de mayor altura de toda la semana, posiblemente.

Entramos ahora en un sector de paredes más altas, la garganta se hace más impresionante. Adelantamos a otro grupo más. Estamos en una zona de pasillos, con pasos bajo bloques empotrados. Es un descenso chulo aunque facilillo, ideal para poner fin a nuestra semana.

Rapelillo.

Rapelillo desde abajo.

Tras descensos con caudal muy flojito, agradecemos un poquito de agua.

El rápel más largo, posiblemente.

Poco a poco las paredes pierden altura y el sol recupera terreno. Queda algún paso con bloques hasta que finalmente alcanzamos la captación de agua que indica el final. Está prohibido seguirla, continuamos por el cauce durante 10 minutos, sorteando los característicos estratos inclinados de su final, hasta el puente de la carretera.

Ya sólo queda subir a buscar la furgo, como siempre. Preguntamos a un par de grupos si tienen que subir a recuperar vehículos y no hay suerte. Así que me subo por la carretera, atajo por la senda que sube a Sigale y de ahí sigo por la carretera, aunque hay una senda que ataja unos metros. A ratos caminando, a ratos corriendo, llego a nuestra furgo en una hora o algo menos. Ya abajo, mientras comemos algo vemos al helicóptero entrar y salir del cañón. Nunca llegamos a enterarnos del motivo.

Emprendemos la vuelta por Aiglun. La garganta es aún más imponente que la de Riolan. Y el caudal pinta muy alto, tal y como nos había indicado el guía en Raton. Una vez más, 12 horas de viaje nos separaban de casa, alguna más para Ángel.

Sapos y renacuajos, una constante de este viaje.


Es inevitable comparar este viaje con los anteriores. La primera comparación es que hemos visto más sapos que nunca, incluso uno escapando de ser devorado por una víbora.

Para mí, el de Ticino fue el más intenso, estético, sorprendente y memorable; en el de los Alpes franceses nos metimos con algún caudal serio; en Lombardia hubo varias sorpresas inesperadas, y aunque Friuli no me resultó tan espectacular, el final con Claretto fue sensacional. Sin embargo, en Alpes Marítimos hemos tenido varias decepciones:

  • A la Bendola le faltaba ese algo de estético o técnico que tienen los "grandes". Es un recorrido largo, sin más; excesivamente largo desde el vivac.
  • Raton no tiene tampoco ningún paso o cascada memorables: pocos días después, ya había borrado de mi mente la mayoría de resaltes: todo era bastante similar y resbaladizo.
  • La Maglia parece no ser ya lo que fue, tras la crecida que la dejó llena de bloques.
  • Hemos encontrado varios caudales demasiado bajos. Bagnolar, Imberguet o Courmes habrían mejorado con más agua. En la Bendola fuimos en seco varias horas.

Por otro lado, con algunas variaciones, es una zona a la que pienso volver con otros compañeros de viaje; dentro de unos pocos años, cuando ya no sean tan bajitos.